9. Relaciones familiares |
Me cuesta comunicar con mi hijo, y eso que me intereso mucho por lo que hace, pero nunca sigue mis consejos ni confía en mí cuando tiene problemas." ¿Te has sentido así alguna vez? ¿Crees que necesitas revisar la manera de comunicar con tu hijo? Escuchar atentamente es el primer paso que nos permitirá conocer qué preocupa al niño y cuál es su estado emocional.
Los padres creemos que para comunicarnos adecuadamente con nuestros hijos nos basta el profundo amor que les tenemos, nuestra experiencia de la vida y la necesidad que ellos tienen de ser guiados y corregidos. Probablemente estos tres ingredientes, junto al sentido común, sean suficientes en muchas ocasiones para mantener una buena comunicación con nuestros hijos. Y tal vez sería un esquema válido si no existieran los sentimientos.
El mundo emocional del niño es tan o más complejo que el del adulto, lo que dificulta el entendimiento entre ambos y hace imprescindible que los padres aprendamos el arte de la comunicación para garantizar que decimos lo que queremos decir y, a la vez, escuchamos lo que realmente el niño siente y quiere decir. Esto puede parecer una nimiedad pero en las relaciones cotidianas, los conflictos, la sobrecarga de trabajo y el cansancio ponen las relaciones entre padres e hijos en constante jaque.
Nosotros, como adultos, confiamos nuestros sentimientos, problemas y ansiedades sólo a aquella o aquellas personas que sabemos que realmente nos prestarán toda su atención y nos escucharán más allá de las palabras. A los niños y a los adolescentes les ocurre lo mismo. Y cuanto más pequeño es el niño, más necesita que prestemos oídos y atención a sus conflictos cotidianos por mucho que a nosotros, en ocasiones, nos parezcan insignificantes y baladíes.
Las palabras que utilizamos como respuesta a las explicaciones de un niño pueden facilitar que continuemos el diálogo o bloquearlo. Veamos el ejemplo siguiente:
Víctor es un niño de 4 años y al salir de clase la señorita le dijo a su madre:
- Hoy he tenido que castigarle con otros niños en unas sillas aparte porque no querían volver del recreo. Su madre podía haber contestado:
- ¿Cómo es eso Víctor? Debes hacer caso a tu señorita y entrar en clase cuando ella lo dice. Y ahí se habría acabado la conversación. La madre no habría dejado espacio para la comunicación ni de los sentimientos ni de la situación personal vivida por el niño en el recreo. Veamos cómo respondió su madre y qué sucedió:
Señorita- Hoy he tenido que castigar a Víctor con otros niños en unas sillas aparte porque no querían volver del recreo.
Madre- (cogiéndole en brazos y alejándose) ¿Cómo te has sentido cuando la señorita te ha castigado?
Víctor- Mal, muy mal.
Madre- ¿Por qué crees que os ha castigado?
Víctor- Porque no entrábamos en clase. Pero es que yo estaba jugando con mis amigos en el tobogán y no quería entrar.
Madre- ¿Y crees que tenías que entrar o quedarte en el patio?
Víctor- Tenía que entrar.
En el primer diálogo, para el niño, la intervención de su madre resulta vacía de contenido puesto que él ya ha llegado a la conclusión de que debe entrar en clase cuando la señorita lo llama y, sin embargo, no se tiene en cuenta cómo se ha sentido, cómo ha vivido la situación. Mientras que, en el segundo, lo que el niño recibe es: "A mi madre realmente le interesa lo que siento y lo que pienso".
Las palabras que elegimos evidencian una actitud de escucha y atención hacia el niño o de ignorancia y desatención. Según analiza el psicólogo K. Steede en su libro “Los diez errores más comunes de los padres y cómo evitarlos”, existe una tipología de padres basada en las respuestas que ofrecen a sus hijos y que derivan en las llamadas conversaciones cerradas, aquellas en las que no hay lugar para la expresión de sentimientos o, de haberla, éstos se niegan o infravaloran:
· Los padres autoritarios: temen perder el control de la situación y utilizan órdenes, gritos o amenazas para obligar al niño a hacer algo. Tienen muy poco en cuenta las necesidades del niño y transmiten el mensaje de que los padres no están interesados en lo que el niño sienta o tenga que decir. Se erigen en la autoridad por la fuerza.
· Los padres que hacen sentir culpa: interesados (consciente o inconscientemente) en que su hijo sepa que ellos son más listos y con más experiencia, estos padres utilizan el lenguaje en negativo, infravalorando las acciones o las actitudes de sus hijos. Comentarios del tipo "no corras, que te caerás", "ves, ya te lo decía yo, que esa torre del mecano era demasiado alta y se caería" o, "eres un desordenado incorregible". Son frases aparentemente neutras que todos los padres usamos alguna vez. El problema es que sean tan habituales que desmerezcan los esfuerzos de aprendizaje de nuestro hijo y le conviertan en una persona dubitativa e insegura.
· Los padres que quitan importancia a las cosas: es fácil caer en el hábito de restar importancia a los problemas de nuestros hijos sobre todo si realmente pensamos que sus problemas son poca cosa en comparación a los nuestros. Comentarios del tipo "¡bah, no te preocupes, seguro que mañana volvéis a ser amigas!", "no será para tanto, seguro que apruebas, llevas preparándote toda la semana" pretenden tranquilizar inmediatamente a un niño o a un joven en medio de un conflicto. Pero el resultado es un rechazo casi inmediato hacia el adulto que se percibe como poco o nada receptivo a escuchar. Con este tipo de respuestas sólo lograremos alejar a nuestro hijo de nosotros y comunicarle que no nos interesan ni sus problemas ni sus sentimientos o que los consideramos de poca importancia, opinión de la que es fácil derivar "luego, yo tampoco les intereso".
· Los padres que dan conferencias: la palabra más usada por los padres en situaciones de "conferencia o de sermón" es: deberías. Son las típicas respuestas que pretenden enseñar al hijo en base a nuestra propia experiencia, desdeñando su caminar diario y sus caídas. "Deberías estar contento, la fiesta de cumpleaños ha sido un éxito" o "deberías saber que tu profesor sólo quiere lo mejor para ti". Así estamos dejando de escuchar y de interesarnos por lo que realmente el niño o el joven está sintiendo o pensando. Después de respuestas de este tipo, nuestro hijo dará media vuelta y probablemente pensará: "ya está otra vez diciéndome lo que tengo que hacer, ¡qué pelma!".
Frente a estas actitudes, defendemos la comunicación abierta, basada en la capacidad de escuchar activamente. Escuchar activamente es algo más que percibir con nuestros oídos las palabras que nos envía la persona con la que estamos hablando. Supone estar dispuesto a captar los sentimientos del niño, la profundidad con que le ha afectado el problema y la necesidad, manifiesta o no, de hablar de cómo se siente. Y también supone respetar y aceptar al niño tal y como es, sin etiquetarlo ni rechazarlo por lo que siente o por lo que hace. Para comunicarnos de manera efectiva con nuestros hijos es necesario que aceptemos lo que son y lo que sienten, porque de esa manera podrán aceptar que no estemos de acuerdo con lo que hacen y serán capaces de confiar en nosotros haciéndonos partícipes de sus pensamientos y de sus sentimientos. Otra de las grandes ventajas que comporta mantener una comunicación abierta es la disminución de los conflictos habituales con los hijos. Escuchar es un arte que implica en la misma proporción a la razón y al corazón. Descuidar uno desnivelará la balanza y perderemos el equilibrio necesario entre la corrección y la ternura, o entre la educación y el amor.
Escuchar ha de implicarnos totalmente. Cuando nuestro hijo se acerca lloroso, apesadumbrado, disgustado, dolido o desengañado, escuchemos no sólo las palabras, sino empaticemos con él y miremos sus ojos, su corazón, sus sentimientos y emociones más profundas y sintámonos seres privilegiados por poder estar a su lado y ser con nosotros con quienes comparte sus ansias y desvelos, y démosle entonces las palabras de aliento y el abrazo necesario que les lleve a poder VIVIR Y APRENDER como seres autónomos y emocionalmente estables.
Carmen Herrera García. Profesora de Educación Infantil y Primaria. Con la autorización de: www.solohijos.com
B) Cómo mejorar las relaciones entre los hermanos
- No pueden estar el uno sin el otro, pero luego están todo el día peleando.
- ¡No entiendo por qué están enganchados todo el día!
- A veces me pregunto si se quieren o no...
- ¿Se acabará esto alguna vez?
¿Te suena? ¿Es normal que discutan? ¿Todo son peleas y enfrentamientos? ¿Sólo eso? A veces solo nos fijamos en lo negativo y no nos percatamos de que la convivencia entre hermanos, además de hacernos perder la paciencia en ocasiones, son un factor importante de enriquecimiento y madurez para nuestros hijos.
En la convivencia fraterna nuestros hijos aprenden a:
Solucionar conflictos y desacuerdos: La relación entre hermanos es un lugar de aprendizaje privilegiado. NUCKOLL, 1993, afirma que "la rivalidad entre hermanos no es exactamente un aspecto del desarrollo, sino un banco de operaciones, la plataforma de lanzamiento para la necesaria capacidad adulta de competir". Un hermano es a la vez aliado y enemigo, rival y confidente, compañero y oponente. porque es una de las relaciones más ricas y complejas que establecemos y en las que se basan, en gran parte, las posteriores.
Compartir las cosas y, lo que es más importante, la atención de los padres. Los niños aprenden con los hermanos que no son "el centro del Universo", aprenden a querer y dejarse querer sin tendencia a la posesión.
Conocerse a sí mismos, sus talentos, aptitudes y límites. Aprenden a conocer su personalidad y su manera de reaccionar en determinadas circunstancias.
Construir relaciones con los otros: Aprenden a respetar el turno, a comprender el punto de vista de la otra persona, a calibrar el efecto de las palabras y a medir sus fuerzas y la de los otros. Se entrenan sin saberlo para cuando, en un entorno social más amplio, necesiten utilizar esas mismas habilidades.
Hacer concesiones, negociar y controlar su agresividad. Que a veces "lleguen a las manos" no significa que este comportamiento siempre vaya a ser así en el futuro sino que, como consecuencia de esas mismas confrontaciones, irán aprendiendo nuevos mecanismos para controlar su impulsividad.
¿Por qué se pelean tanto?
Nuestros hijos se pelean por muchos motivos: Para divertirse, para desahogarse, para conseguir atención, para defender sus derechos, para herir o sencillamente para demostrar que se tiene el control. Y en todas estas circunstancias es absolutamente normal que los niños recurran a las peleas. Saben que tendrán severas consecuencias, que serán castigados pero... es igual. Insisten en molestar y hacer rabiar a sus hermanos a pesar de todo.
El problema no son sus peleas y rabietas sino... ¡tu reacción ante ellas! Estás cansado de todo el día, de decirles constantemente que no se peleen, de escuchar insultos y lloros... y te preguntas abatido si estás educando bien a tus hijos. Esta sensación de inseguridad, de impaciencia y de excesivo control es realmente el problema, no la relación entre ellos, que es absolutamente normal.
¿Cómo intervenir positivamente en las relaciones fraternales?
1. PREVENIR: Adelantarnos a los conflictos
2. ACTUAR: Intervenir en los conflictos
3. REVISAR: Sacando conclusiones
En cada uno de estos ámbitos de actuación podemos aplicar las siguientes pautas:
1. PREVENIR: Adelantarnos a los conflictos
Establece acuerdos en los temas que causen conflicto: Qué programa de televisión ver, a quien le toca sacar la basura, quién pone la mesa, quién elige el cuento de la noche. Ellos mismos se organizarán y posiblemente evitarás algunas peleas.
Deja claras las normas sobre las prohibiciones y asegúrate que las conocen todos tus hijos: "Me defiendo con las palabras, nunca con los puños". Y las consecuencias: "Si pego a alguien, iré a mi habitación durante media hora". Hacemos y repetimos aquello que tiene una consecuencia positiva y dejamos de hacer lo que no lo tiene o tiene una negativa. Aprovecha esta norma básica del aprendizaje.
Hazles sentirse únicos y especiales. Has de tratarlos como lo que son: individuos únicos e irrepetibles. Ante su afirmación "le quieres más a él que a mí" contesta que cada hijo es distinto y que les quieres de forma diferente. No te va a ser difícil encontrar algo especial que celebrar con cada uno de ellos. Todos tenemos algo en lo que destacamos, algo especial. ¡Aprovéchalo para hacerles sentirse incomparables!
Dedícales un tiempo exclusivo. Bastan diez minutos de atención individualizada. Recuerda que la atención es la más poderosa recompensa. Reserva un espacio y un tiempo para el encuentro personal. Determina cuál va a ser el momento para cada uno lo más claro que puedas: antes de cenar, para uno; cuando llega del colegio, para el otro... de forma que no te comprometas a nada en ese intervalo de tiempo que dedicas a cada uno de forma individual. Da igual el momento que elijáis, pero debe existir.
Evita las comparaciones. Cada niño es distinto.
Carmen Posadas, en su libro Padres, padres (e hijos, hermanos y demás especies), habla del "Frater Perfectus", ese ser ideal y fabuloso con el que siempre nos comparan. ¿Te imaginas que a ti siempre te compararan con un compañero o compañera de trabajo?:"García ha conseguido. Cuando García estaba en tu puesto. A ver si aprendes de García." Sentirías desvalorado tu trabajo (en el caso de tus hijos lo no valorado es su identidad), herida tu autoestima (siempre solemos destacar en los niños aquello en lo que el otro es mejor) y con seguridad anidarías sentimientos de rivalidad con la persona con la que te compararon.
2. ACTUAR: Intervenir en los conflictos
2.1 Situación A: Discusiones "civilizadas" No intervengas ni inmediatamente ni sistemáticamente. Deja que traten de solucionar el problema por sí mismos. Si intervienes, no les dejas aprender a buscar alternativas, a controlar su agresividad y, lo que es más importante, a reconciliarse. Si están discutiendo y peleándose (y tu controlas que no haya un serio peligro), ¡Déjalos! Intenta ignorarlos, sal de la habitación y no digas nada. Seguro que acaban arreglándoselas.
2.2 Situación B: Todavía se puede reconducir la situación entre ellos
Si no has podido evitar que entren en conflicto y las circunstancias obligan a que intervengas, te aconsejamos:
Reconocer sus sentimientos: "Parece que estáis muy tristes y enfadados". Admitir la rabia que sienten les ayudará a sentirse comprendidos y, por lo tanto, a calmarse.
Escuchar el punto de vista de cada uno.
Describir el punto de vista de cada uno, sin dar ninguna opinión: "Sara, dices que hoy te toca elegir el video ya que Alberto lo eligió ayer. Alberto opina que él debe elegir el vídeo porque ayer solo lo vio empezar y luego lo tuvo que apagar porque ya era tarde"
Enunciar el problema: "Por lo que me contáis, parece ser que los dos queréis elegir la película y solo hay una televisión".
Expresar confianza en su capacidad para solucionar el problema: "Estoy seguro que entre los dos encontrareis la mejor solución" Salir de la habitación.
2.3. Situación C: Si no llegan a una solución y te piden ayuda, puedes dársela sin juzgar a nadie: Describe la situación: "Sara quiere elegir hoy el video y Alberto también ya que, aunque lo eligió ayer, no pudo verlo porque le quedó poco tiempo después de hacer los deberes".
Recuerda las normas:
La televisión se podrá ver cada día durante 30 minutos solo si se han acabado los deberes.
Cada día uno de vosotros elegirá alternativamente el video.
Invítales a negociar: "De todas maneras, yo creo que podéis llegar a un acuerdo entre los dos" Retirarse y dejarlos solos.
2.4. Situación D: La situación les sobrepasa y debes intervenir urgentemente pues se han pegado o están a punto de pegarse furiosamente Describir el comportamiento incorrecto: "Veo a dos niños gritándose y a punto de pegarse"
Separarlos: "Id ahora mismo cada uno a vuestra habitación hasta que estéis tranquilos y podáis hablar sin insultaros ni pegaros". Te recomiendo una fórmula que les hace, con cierta dosis de humor, entender bien la situación: "Tú al Polo Norte y tú al Polo Sur".
3. REVISAR: Sacando conclusiones
En el caso de que los hayas separado y una vez pasada la situación conflictiva, con el ambiente más calmado, es el momento para volver sobre ello y revisar tanto nuestro comportamiento como el suyo, con la intención de sacar una conclusión positiva y aprender de ella.
Y es precisamente en estos momentos, no justo cuando están discutiendo, cuando tienes la posibilidad de repasar con ellos los acontecimientos, recordarles las normas de la casa, animarles a que sugieran estrategias para encontrar la solución e inculcar valores como el respeto, la generosidad.
Consejos prácticos para mejorar la relación entre hermanos:
No juzgues. Te arriesgas a que uno u otro no consideren justa tu opinión y se enfaden todavía más. No fuerces la interacción ni a hacer las paces. A veces les insistimos en que se den un beso o un abrazo que no soluciona el conflicto. Es como un herida que cierra en falso: no está curada, sino sólo aparentemente. Es mejor aceptar sus sentimientos.
No eches la culpa al mayor por el simple hecho de ser el mayor (y en teoría, el que ha de dar ejemplo). Posiblemente conseguirás que actúe en otras ocasiones de la misma manera agresiva ya que siempre "se las carga" por ser el mayor, independientemente de la causa.
No protejas al más pequeño de tus hijos porque éste se aprovechará de tu incondicional protección para molestar sutilmente al mayor.
Jamás les pegues porque al hacerlo les enseñas que la violencia es una herramienta útil para solucionar problemas.
Si están a punto de pegarse, invítalos a hacer alguna otra actividad que les permita distraerse y olvidarse de su enfrentamiento.
Después de pelearse y si tus hijos ya saben escribir, invítales a que escriban en un papel lo ocurrido y cómo se han sentido. Se puede sintetizar en cuatro frases y les servirá para reflexionar y reconocer sus sentimientos.
Promueve la interacción y colaboración aunque sea en cosas pequeñas. Intenta planificar actividades familiares en las que todos participan como juegos sin competición, reuniones para discutir reglas, solucionar conflictos.
Enseña a tu hijo que hay otras maneras de defenderse además de las patadas y los puñetazos. Enséñale a utilizar el sentido del humor, a utilizar su inteligencia y a ignorar provocaciones. Aprovecha el humor para que reflexionen sobre su propio comportamiento y relativicen los conflictos. Juega con ellos a cambiar los papeles: "Ahora nosotros somos los niños y vosotros los padres".
Cuando uno de los hermanos "se chiva" al padre o madre, estos no deben premiar al chivato castigando al otro hermano. Debes contestar: "No me cuentes las cosas malas que hace tu hermano. Cuéntame algo sobre ti o solo aquellas cosas buenas que hace tu hermano." Poco a poco se darán cuenta de que no sirve de nada chivarse. Solo agradéceselo puntualmente si te avisan de que está haciendo algo peligroso.
Evita etiquetarles. Calificar a un niño de "travieso" o "tranquilo" significa sencillamente que se ha comportado de ese modo en ese momento concreto y no que lo sea de verdad. Cuando encasillamos de este modo, fomentamos que los niños se enfrenten porque saben que nosotros esperamos que jueguen un papel determinado.
Libros REALMENTE interesantes sobre este tema:
Título: 50 ideas para hacer feliz a tu hijo
Autores: Miguel Ángel Conesa Ferrer
Editorial: Mensajero ISBN: 84-271-2627-1
Este libro no se centra en el tema de las relaciones entre hermanos. Su objetivo es trasmitirnos la idea de que los padres debemos y podemos dar a nuestros hijos los elementos necesarios para que aprendan a ser felices, a pesar de las dificultades que se encuentren por el camino. Un niño que se siente feliz es más fácil que se relacione satisfactoriamente con sus hermanos, con sus amigos, consigo mismo... Os lo recomendamos porque sus consejos son fáciles de adaptarlos a todas las circunstancias familiares y porque propone para cada tema tratado tres consejos que es mejor evitar.
Título: ¡Jo, siempre él! Soluciones a los celos infantiles
Autores: Adele Faber y Elaine Mazlish
Editorial: Alfaguara ISBN: 84-204-5835-X Las autoras abordan exhaustivamente el tema de las relaciones entre hermanos en este libro: Los celos, cómo les afectan las etiquetas que les ponemos, las discusiones... Como ya es característico en ellas, nos ofrecen las ideas principales con dibujos y viñetas que nos permiten intuir con facilidad el concepto que quieren trasmitir. Es un libro que se lee con rapidez, que aporta muchísimas ideas prácticas y que te servirán, no solo para fomentar las buenas relaciones entre hermanos, sino para acercarte más a ellos y entender cómo se sienten cuando rivalizan con sus hermanos.
Título: Querer sin malcriar
Autores: Nancy Samalin Editorial: Medici ISBN: 84-89778-72-8
Es un pequeño libro de 308 páginas que nos ofrece algunos de los temas educativos que más preocupan a los padres: Luchas de poder, caprichos infantiles, disciplina positiva, autoestima, desfase comunicativo, problemas cotidianos... Y entre ellos, toca el tema de la relación fraternal, la rivalidad entre hermanos, peleas, celos... El capítulo 7 es un capítulo completo que concentra las ideas más importantes acerca de la armonía entre hermanos y ofrece pautas muy precisas para fomentarla en el día a día en casa.
Por Miguel Ángel Conesa, autor del libro "50 ideas para hacer feliz a tu hijo" y Elena Roger Gamir, Pedagoga del Gabinete Pedagógico Solohijos
Con la autorización de: www.solohijos.com
C) El derecho del ejemplo
Entre los muchos derechos que el hombre puede reclamar, podemos destacar especialmente dos: el derecho a la vida y el de recibir buen ejemplo.
El primero es el derecho a la vida en el seno materno. Vivir en paz sin que se le acerquen unas pinzas que le corten las manos, los brazos y la cabeza. O que le envenenen con líquidos mortíferos que le quiten la vida. No podemos calificar a estas acciones una "interrupción voluntaria del embarazo" El primer derecho es desarrollarse en las entrañas de la madre y poder salir de allí en su momento y contemplar la luz del mundo.
Se dice que cuando el niño nace no lleva un libro de instrucciones para el buen funcionamiento de su vida. Este libro será la palabra de los padres y educadores y el ejemplo.
Ordinariamente los hijos no suelen agradecer a sus padres el primer bien de la vida, ni los buenos ejemplos que han recibido en su infancia y juventud. Tampoco suelen ese derecho de la palabra orientadora y del ejemplo que tanto necesitan para el desarrollo de la vida. Pero cada ser humano que nace en una familia tiene derecho a encontrar ejemplos positivos de sus padres, profesores y la sociedad.
No solo los padres han de enseñar y dar buen ejemplo a los pequeños, sino los otros miembros de la familia, como los hermanos mayores, los abuelos y los tíos, si los hubiera. En alguna ocasión se ha afirmado que para educar a un chico hace falta el esfuerzo de toda la tribu.
Esto no solo lo vemos entre los hombres, sino también entre los animales. Recordamos la manada de elefantes todos preocupados por ayudar al más pequeño a levantarse, a andar y hacer otras funciones vitales. El elefantito tiene derecho a la ayuda y el ejemplo de toda la manada.
Al derecho de los hijos a recibir la palabra amable y el ejemplo, se corresponde el deber de los padres a dar buen ejemplo y a ser consecuentes con lo que dicen. Y esto sin la pretensión de ser "ejemplares", ni ponerse de modelo para nadie. Un ejemplo: si se ha comentado en la familia la necesidad de decir siempre la verdad, los padres no pueden mentir, aunque sea en una cosa pequeña, delante de los hijos.
¿Y en qué pueden dar ejemplo los padres? Pues en todas las manifestaciones de la vida. A modo de ejemplo, podríamos señalar estos temas: la amistad, el amor, el trabajo, el servicio a los demás, la confianza, la gratitud, la forma de aceptar el dolor y la manera de vivir la fe trascendente.
Arturo Ramo García
D) Tener un mal día y descargar el mal humor en los hijos
Hemos tenido un mal día en el trabajo, entramos en casa y lo encontramos todo patas arriba: el suelo lleno de juguetes mientras nuestro hijo juega con el mando a distancia. No ha hecho ninguna de las tareas que le habíamos asignado y, entonces, nuestro mal humor estalla de manera desmesurada. ¿Cómo podemos evitar herir al niño con nuestras palabras? ¿Puedo convertir el mal humor en un discurso instructivo?
Todos los padres hablamos habitualmente de forma reflexiva, ya sea en casa, en el trabajo, cuando vamos de compras o con los amigos y conocidos. Sabemos mantener la compostura y mostrarnos como personas que saben controlarse y medir tanto lo que dicen como lo que no dicen.
Si yo me pregunto ahora con quiénes utilizo más las palabras cariñosas, positivas y gratificantes, diré que con mi pareja y con mis hijos. Y seguro que es así, pero también lo es que con ellos soy capaz de utilizar también las palabras más destructivas, las más hirientes y las más negativas. ¿Es este también tu caso? ¿Te has preguntado por qué con las palabras somos capaces de herir a las personas que más amamos?
Cuando estamos relajados, descansados y de buen humor nuestras palabras reflejan ese estado interior y difícilmente hacemos uso de un vocabulario negativo o hiriente. En cambio, cuando estamos cansados, estresados o con trabajo acumulado, los conflictos cotidianos pueden adquirir dimensiones exageradas. Suele ser entonces cuando mostramos lo peor de nosotros mismos.
Centrémonos ahora en las situaciones de conflicto con nuestros hijos y mirémonos desde fuera, poniéndonos en su lugar. Verter la leche con cereales, dejar el abrigo tirado en el recibidor o no tapar la pasta de dientes, no pueden ser problemas vividos por él como para recibir las acusaciones, los gritos o las descalificaciones que, en momentos de crisis, somos capaces de verter sobre él. Adele Faber, en su útil y recomendable obra, nos dice:
Las palabras tienen el don de perdurar larga y venenosamente en la memoria. Y lo peor es que algunos niños las resucitan más tarde para esgrimirlas como armas contra sí mismos.
Enfadarse o sentir ira no es negativo en sí mismo. Son sentimientos inherentes a la naturaleza humana de los cuales todos participamos en un momento u otro. Lo difícil es sentir enfado, ira o furia sin dañar a la persona que tenemos delante, y, seamos honestos, nuestros hijos cargan a menudo con elevadas dosis de malhumor que le corresponderían a nuestro jefe, a la economía o al dolor de espalda. Aristóteles ya decía:
Cualquiera puede enfadarse, es muy fácil. Pero hacerlo con la persona adecuada, con la intensidad óptima, en el momento oportuno, por la causa justa, y de la manera correcta, eso ya no es tan fácil.
Los padres nos enfrentamos diariamente a situaciones de conflicto con nuestros hijos. A menudo, vivimos su desobediencia, o su poca colaboración o su inmadurez como una afrenta. Y es entonces cuando nuestras emociones pueden desbordarnos. Sin embargo… ¿es justo y razonable que, a veces, reaccionemos ante nuestros hijos dando rienda suelta al mal humor y al enfado?, ¿no sería conveniente preguntarnos qué deberíamos hacer para evitar que la expresión incontrolada de emociones nos causen malas pasadas de las que luego nos arrepentiremos?, porque, francamente, ¿cuántos padres son capaces de controlar siempre sus reacciones y, en consecuencia, sus palabras?
Reconocer qué sentimos es el primer paso para identificar un posible arrebato de malhumor o de enfado. Permitirnos sentir emociones negativas de cierta intensidad nos ayudará a reducir nuestra ansiedad frente a ellas.
Cuando ya hemos reconocido o identificado qué sentimos, el siguiente paso es NO RESPONDER. Salir de la habitación o cerrar los ojos unos instantes para pensar en lo que vamos a decir antes de "soltarlo". ¿Quiere esto decir que no hemos de corregir las conductas no adecuadas de nuestros hijos?, evidentemente no. Se trata de no reaccionar "en caliente", lo que es muy sencillo de entender y, en ocasiones, tan difícil de llevar a la práctica.
Una vez calmados será más fácil apreciar la dimensión real del problema y actuar en consecuencia, lo que debe permitirnos prestar atención a las palabras y huir de las acusaciones tipo: "eres un desastre, otra vez has dejado el lavabo patas arriba después de ducharte". Es preferible describir lo que ha sucedido sin emitir juicios de valor, por ejemplo: "el lavabo necesita que lo revises de nuevo si ya has terminado de ponerte el pijama". La descripción de los hechos ayuda mucho a centrarnos en el presente, en el suceso real, sin añadirle toda la carga emocional que probablemente se ha despertado en nosotros. Con ello mostraremos que le aceptamos a él como persona pero no aceptamos las acciones negativas que pueda hacer.
Añadir un comentario con buen humor es una de las mejores formas de recuperar el buen ambiente y conectar de nuevo con lo mejor de nosotros.
Finalmente, si a pesar de todo hemos perdido el control y hemos usado las palabras para agredir a nuestro hijo, seamos capaces de pedirle perdón o de demostrarle que sentimos lo que ha sucedido. Será la mejor manera de restablecer la relación cicatrizando las heridas interiores que las palabras pueden provocar.
Recordemos que la palabra es una herramienta con la que construimos o destruimos las relaciones con nuestros hijos. Ser conscientes de qué decimos y cómo lo hacemos nos ayudará en todas las situaciones a mostrarles lo mucho que los queremos.
Carmen Herrera García. Profesora de Educación Infantil y Primaria Con la autorización de: www.solohijos.com
Tertulia dialogada.
Escribir las dudas sobre este texto y dos ideas interesantes. Contestar por escrito a estas cuatro preguntas y llevarlas después a la reunión general de la tertulia:
1. ¿Cómo hablar con nuestros hijos?
2. ¿Qué hacer ante las peleas de los hermanos?
3. ¿En qué se puede dar buen ejemplo?
4. ¿Qué hacer ante el desorden familiar?
Bibliografía:
Miguel Ángel Conesa Ferrer. 50 ideas para hacer feliz a tu hijo. Editorial Mensajero
Adele Faber y Elaine Mazlish. ¡Jo, siempre él! Soluciones a los celos infantiles. Editorial Alfaguara
Nancy Samalin. Querer sin malcriar. Editorial Medici
Enlaces de Internet:
De la familia junta a la familia unida
La misión familiar: todos para uno y uno para todos
Coherencia: la clave de la educación
Ejercicios interactivos de la aprender a discutir
Ejercicios interactivos del crecer en virtudes
Tertulias dialogadas | Para más información | Para otro colegio
Aplicaciones didácticas | Ejercicios interactivos | Otros ejercicios | Valores
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