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    Educar
los sentimientos (11)    Origen y escalada del enfado
   
Según unos estudios de Dolf Zillmann, el enfado suele tener su origen en la
sensación de hallarse amenazado. Una amenaza que puede ser física o
psicológica -sentirse menospreciado, frustrado, etcétera-, y produce una
descarga corporal de catecolaminas, más o menos intensa según la magnitud del
enfado, y que cumple la función de generar un proceso puntual y rápido de la
energía necesaria para la lucha o para la huida. 
   
Paralelamente, se produce una descarga de adrenalina en nuestro sistema
nervioso, que provoca una excitación generalizada que puede perdurar minutos,
horas, o incluso días, manteniendo una difusa hipersensibilidad que predispone
a nuevas excitaciones. Esto hace que las personas suelan estar más
predispuestas a enfadarse una vez que ya han sido provocadas, estén ligeramente
excitadas o se encuentren más cansadas. 
 
    Por esa razón, después de un largo día de trabajo, una
persona se sentirá especialmente predispuesta a enfadarse en su casa por las
razones más insignificantes (el ruido o el desorden de los niños, o cualquier
pequeña contrariedad), aun siendo motivos que en otras circunstancias no tendrían
entidad suficiente para provocar esas reacciones. 
 
    El enfado suscita una excitación que tiende a disiparse
lentamente. Si durante esa etapa de paulatina desactivación del enfado se
presenta una nueva provocación (lo cual es fácil que suceda, debido a la
hipersensibilidad propia de esos momentos), se producirá una segunda descarga,
antes de que la anterior se haya disipado. Como es natural, este proceso puede
repetirse, y cada descarga cabalga sobre las anteriores, y cualquier pensamiento
perturbador que se produzca durante ese proceso provocará una irritación mucho
más intensa que si se hubiera producido fuera de él. 
 
    Por eso, una vez que alguien está inmerso en esa dinámica
del enfado, si no pone un serio esfuerzo por abandonar ese camino, su
temperatura emocional irá aumentando hasta desembocar fácilmente en un
estallido de ira. 
 
    —Pero, si es así, la gente enfadadiza tenderá a enfadarse
cada vez más, y por motivos más nimios. 
 
    Hay, sin embargo, otro elemento que conviene resaltar. La
mayoría de las personas que son irritables, agresivas o susceptibles, se
sienten muy mal cuando comprueban la facilidad con que pierden los estribos, y
eso hace que se muestren bastante interesados en aprender a dominarse. 
 
    Por eso, el remedio más eficaz es conocernos bien, de manera
que sepamos bien cuáles son los tipos de pensamientos a los que somos más
sensibles, para estar atentos a los primeros síntomas del enfado y poner solución. 
 
    En el caso, por ejemplo, de que una persona con la que hemos
quedado citados se retrase, hemos de tratar de buscar una explicación positiva
en vez de molestarnos de entrada. Si tenemos que mantener una conversación
ineludible con una persona que nos resulta molesta, intentamos desarrollar
nuestra capacidad de ver las cosas desde el punto de vista de esa persona. Y
para los momentos críticos, a veces lo más inteligente es tener previstos
modos de dominarnos, como esforzarse en callar, no responder a un desaire con
otro, seguir caminando sin detenerse ante una provocación, etc. 
 
    Son hábitos de comportamiento que no surgen de manera automática,
sino que es preciso aprender. Y el principal problema es que esas habilidades
deben ejercitarse precisamente en los momentos en que nos encontramos en peores
condiciones, es decir, cuando observamos que se acelera el pulso y nos estamos
indignando: es justamente entonces cuando hemos de recordar todo esto, escuchar,
procurar calmarnos y mantener el control. Sin alterarnos, sin echar las culpas a
otros y sin tampoco refugiarnos en un mutismo rencoroso. Cuando dos personas se
están enfadando, la que normalmente demuestra ser más inteligente es la que
sabe callar o retirarse a tiempo (o si ya están enfadados, la que toma la
iniciativa de la reconciliación). 
 
Llegar a tiempo 
 
    El momento de la escalada del enfado en que intervenimos es
decisivo: cuanto antes lo hagamos, mayores probabilidades de atajarlo tendremos.
El enfado puede apagarse en sus comienzos, antes de que se aviven las llamas, si
damos con un pensamiento eficaz que logre contenerlo antes de exteriorizarlo. 
 
    —¿A qué tipo de pensamientos te refieres? 
 
    A alguna explicación que nos ayude a reconsiderar las cosas,
o que satisfaga de alguna manera nuestra perplejidad inicial. Por ejemplo,
pensar que la persona que nos ha molestado puede estar cansada, o sometida a
unas tensiones que la están alterando, o que es víctima de su mal carácter y
no sabe medir bien sus palabras; o recordar que ya otras veces nos hemos
enfadado en situaciones parecidas y después lo hemos lamentado a los pocos
minutos; etc. 
 
    También puede convenir alejarse un poco de la causa del
enojo, o al menos procurar centrar la atención sobre otros asuntos y así
frenar la escalada de pensamientos hostiles. Aunque parezca un remedio muy
simple, es un excelente recurso para desactivar el enfado, pues es difícil
seguir enfadado cuando uno está enfrascado en otras cosas o lo está pasando
bien.     
Alfonso Aguiló. 
Con la autorización de: 
www.interrogantes.net 
 
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