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Caso David y Cristina "Educar en la fe" |
1º Paso. Estudio individual del caso David y Cristina "Educar en la fe"
SITUACIÓN:
David y Cristina tienen cuatro hijos. Han procurado educarlos
cristianamente, pero lo cierto es que no han concedido demasiada importancia a
la educación en la fe. Ahora se dan cuenta, cuando ven que Luis, su hijo mayor,
está en plena "edad del pavo" y ha dejado de ir a Misa y de
confesarse, y repite unas ideas sobre la religión bastante sorprendentes.
"Deben ser esos amigos que se ha echado –comenta su padre–, que no me
gustan nada. Lo malo es que a esta edad ya apenas nos escucha".
"Pues lo primero que tenemos que hacer –afirma la
madre– es pensar en sus hermanos pequeños y sacar experiencia. Hemos llegado
un poco tarde con Luis, y tenemos que hacer todo lo posible por ayudarle, pero
lo mejor sería prevenir esto en los demás".
OBJETIVO:
Educar en la fe con profundidad a los hijos pequeños.
MEDIOS:
Implicarse más toda la familia.
MOTIVACIÓN:
Llegar a tiempo para que su fe sea firme y bien fundamentada
cuando empiecen las turbulencias de los años de la adolescencia.
Lo primero que pensaron David y Cristina es que tenían que
hacer un cierto ejercicio crítico sobre su forma de educar en la fe. Para sacar
ideas, decidieron hablarlo con un matrimonio amigo con el que tenían bastante
confianza.
Aquella conversación, a solas los cuatro y con tiempo por
delante, fue muy enriquecedora para todos. David y Cristina se dieron cuenta de
que tenían que hablar de la fe con un estilo más positivo. A veces hacían
unos planteamientos de la práctica religiosa que eran un poco antipáticos y
reiterativos, y debían sustituirlos por otros que crearan una imagen de Dios y
de la fe más atractiva en la mente de sus hijos.
"Me parece –resumía David– que hemos creado en
nuestros hijos la idea de que Dios es un personaje un poco aguafiestas que
parece prohibirnos todo lo que nos apetece, y que ser cristiano es una ingrata
secuencia de prácticas, obligaciones y renuncias. Tenemos que dar la vuelta a
eso".
HISTORIA:
A raíz de aquella conversación, ambos se esforzaron en esa
línea. Se dieron cuenta de que lo primero era ser más coherentes
personalmente. Los hijos tienen que ver cómo la fe se traduce en obras
concretas, y que no son simples formalidades exteriores vacías e inconexas.
Pero todo eso no podía quedarse en unas simples ideas, sino traducirse en cosas
concretas cada día.
Desde entonces procuraron que sus palabras y sus hechos
asociaran la idea de agradar a Dios con la idea de mejorar, estar más
pendientes de los demás, ser generosos, trabajadores, sinceros. La alegría, la
buena sintonía entre todos, el cariño..., surgen como realidades espontáneas
cuando Dios está verdaderamente presente en la vida de una familia.
En cuanto a la formación religiosa, organizaron una simpática
catequesis familiar todos los sábados por la mañana, con una especie de
concurso con preguntas y respuestas de catecismo. Lo preparaba y dirigía
Cristina, dando un tiempo antes para repasar lo que tocaba ese día, y tuvo gran
éxito.
Fijaron también algunas sencillas devociones, como bendecir
la mesa, leer cada día unos minutos el Evangelio o algún libro espiritual y
comentarlo después un poco, rezar los sábados un misterio del Rosario, etc.
Pocas cosas y breves, pero bien explicadas y realizadas con esmero y
puntualidad.
Pusieron empeño en explicar la necesidad de rezar que
tenemos los hombres, y que constatamos cada día cuando vemos que suceden cosas
desagradables que no podemos cambiar, o que no hemos cumplido lo que nos habíamos
propuesto, o que deberíamos dar gracias por tanto que hemos recibido. En todas
esas situaciones hemos de levantar el corazón a Dios, pidiendo ayuda, dando
gracias, pidiendo perdón, etc.
También vieron que iban a Misa cada uno por su lado, y que a
veces llegaban tarde sin motivo, o pasaban meses sin confesarse, etc. Decidieron
que a partir de entonces irían a Misa todos juntos a una hora temprana, y que
organizarían después un desayuno más de fiesta. También empezaron a seguir
la costumbre de llegar un rato antes a la iglesia y confesarse, pues comprobaron
que unos y otros solían retrasarse por simple olvido o pereza, y que así les
resultaba mucho más fácil.
RESULTADO:
En unos meses los avances fueron muy grandes. David y
Cristina comprobaron cómo la preocupación por educar mejor a los hijos y
darles un buen ejemplo les había llevado a mejorar ellos mismos de un modo que
de otra manera difícilmente habrían alcanzado. Además, este cambio de actitud
de todos hizo que Luis, el hijo mayor, superara en buena parte la crisis de fe
que atravesaba.
Alfonso Aguiló. Con la
autorización de: www.interrogantes.net
2º paso. Trabajo en equipo para contestar a cinco cuestiones
a) ¿Qué les preocupa de Luis?
b) ¿Qué visión negativa tenían de la fe?
c) ¿En qué aspectos mejoraron los dos esposos?
d) ¿Cómo organizaron la catequesis familiar?
e) ¿Qué otras devociones practicaron?
3º paso. Puesta en común del gran grupo
4º paso. Descanso de 15 minutos
5º paso. Estudio individual de la Nota técnica "Educar en la fe"
Un
testimonio de vida
La educación de la fe no es mera enseñanza, sino transmisión
de un mensaje de vida. En todas las familias cristianas se sabe, por
experiencia, qué buenos resultados da la coherencia de una iniciación a la fe
en el calor del hogar. El niño aprende así a colocar a Dios entre sus primeros
y más fundamentales afectos. Aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus
padres, que logran así transmitir a su hijo una fe profunda, que prende con
facilidad en él cuando la contempla hecha vida sincera en sus padres.
Los niños tienen necesidad de aprender y de ver que sus
padres se aman, que respetan a Dios, que saben explicar las primeras verdades de
la fe, que saben exponer el contenido de la fe cristiana en la perseverancia de
una vida de todos los días construida según el Evangelio. Ese testimonio es
fundamental. La palabra de Dios es eficaz en sí misma, pero adquiere una fuerza
mucho mayor cuando se encarna en la persona que la anuncia, y eso vale de manera
particular para los niños, que apenas distinguen entre la verdad anunciada y la
vida de quien la anuncia. Como ha escrito Juan Pablo II, “para el niño apenas
hay distinción entre la madre que reza y la oración; más aún, la oración
tiene valor especial porque reza la madre".
Por eso lo primero es demostrar, con el modo de hablar de lo
sobrenatural, que la fe es fuente de alegría, de dicha y de entusiasmo. Sería
muy negativo tener un aire hastiado y desagradable cuando se habla de Dios. La
actitud al recitar unas oraciones, el modo de hacer la señal de la cruz, el
respeto y recogimiento al acercarse a comulgar, son detalles que tienen más
influencia sobre los hijos que los más encendidos discursos. Se educa en la fe
a los hijos en todo momento, no sólo cuando se habla de ello.
Educar en la fe no es dar sabias lecciones teóricas. No son
clases magistrales. Mejor, es como una clase práctica que empieza cuando el
chico o la chica aún no sabe casi andar, y que no termina nunca. Por ejemplo,
si un hijo viera que sus padres van a lo tuyo, le será difícil incorporar
ideas tan relacionadas con las exigencias de la fe como son la preocupación por
los demás, el sacrificio y la renuncia en favor de otros, la misericordia o el
sentido de la generosidad.
O si ve que sus padres con frecuencia no cumplen lo que
prometen, o les ve recurrir –siempre acaban dándose cuenta– a la mentira o
la media verdad para salir al paso de algún problema, luego será difícil que
preste atención a sus encendidos discursos sobre las excelencias de la
sinceridad, de la veracidad, o de dar la cara como un hombre.
El chico o la chica han de ver que a sus padres les preocupa
realmente el dolor ajeno, que muestran con su vida lo connatural que debe
resultar a toda persona vivir volcada hacia los demás, que les explican la
fealdad de la simulación y de la mentira, o cualquiera de las otras ideas
cristianas que quieran transmitirles.
Hay todo un estilo cristiano de ver las cosas y de
interpretar los acontecimientos de la vida, y los hijos han de respirarlo en
casa. Lo captarán, por ejemplo, viendo el modo en que se acepta una
contrariedad. O al advertir cómo se reacciona ante un vecino cargante o
inoportuno. O viendo cómo papá o mamá ceden en sus preferencias, o siguen
trabajando aunque estén cansados.
Y así el chico se irá empapando de ideas de fondo que tejerán
todo un vigoroso entramado de virtudes cristianas. Aprenderá a respetar la
verdad, a mantener la palabra dada, a no encerrarse en su egoísmo, a ser
sensible a la injusticia o al dolor ajeno, a templar su carácter, etc. Siempre
surgen multitud de ocasiones de hacer una consideración sobrenatural sencilla,
sin excesiva afectación ni excesiva frecuencia. Se trata de que el niño vea cómo
la fe se traduce en obras concretas y que no son formalidades exteriores vacías
e inconexas.
En la casa se ha de hablar de Dios, y de nuestro deseo de
agradarle, y de evitar las ocasiones de ofenderle, y del premio que recibiremos
en esta vida y en la eterna. Y todo ello con toda naturalidad, sin afectación y
sin simplezas. Por eso, si se comete el error de presentar la fe como una
vivencia tonta e insípida, separada de la realidad de la vida, lo que se logra
es dejar vacío el corazón de los chicos y privarles de toda esa fuerza y esa
guía moral tan necesaria en el camino de su vida. Porque una fe profunda y bien
arraigada será siempre un recio soporte para toda persona en momentos de
crisis. Algo que a lo largo de su vida le permitirá mantenerse firme aun en los
instantes de mayor dolor o amargura.
No ser pesados
No es necesario hablarles constantemente de Dios. Si hay fe,
los hijos irán creciendo en ese ambiente y comprenderán bien las realidades
sobrenaturales. Y eso es lo importante: que el hogar esté vivo y que los padres
hablen de Dios a los chicos con su propia vida.
La instrucción religiosa ha de discurrir por caminos
positivos. No se puede querer resolver los pequeños problemas domésticos
diciendo al chico: "te va a castigar Dios", o "te irás al
infierno", o "eso que has hecho es un pecado gravísimo", porque
por esas trastadas infantiles no se va la gente al infierno. Hay que hablarles
del pecado, pero sin atosigarles con la falsa y tonta idea de que todo es
pecado.
Tampoco se puede poner el demonio a la altura de las brujas,
duendes o fantasmas. El infierno es una realidad seria que, sin dramatismos
tontos, los hijos deben conocer. Y lo mismo sucede con el Cielo, que a veces los
chicos –cuando no se les explica bien– pueden asimilar a algo estático y
aburrido. Algunos padres identifican tanto la bondad con la quietud, que con su
continuo "estate quieto, sé bueno" sólo logran aburrir soberanamente
a sus hijos –que, afortunadamente, están llenos de vitalidad– y crearles
ideas equivocadas. El "estate quieto, sé bueno", me contaban en una
ocasión, cansaba tanto a aquel muchacho, que terminó por preguntar: "Mamá,
¿y en el Cielo..., también tendremos que ser buenos?”.
Es preciso hablarles de Dios de un modo grato y atractivo, no
reiterativo y tedioso. No se puede usar de Dios según cualquier pequeño interés.
No se puede invocar el nombre de Dios para que el niño se tome la sopa o para
que baje a hacer un recado. La realidad de Dios es algo que conviene hacerle
descubrir y querer, no un instrumento con el que golpearle en la cabeza. Actuar
así llevaría a deformar su conciencia y sembrar de sal el fértil campo de su
fe infantil.
No se trata de atosigarle con lecciones profundas e
incesantes. La mente del niño se ha comparado al cuello de una botella. Si se
intenta meter gran cantidad de líquido en poco tiempo, se desborda y se
derrama. En cambio, gota a gota, despacio, pero con constancia, se consigue
mucho más.
Alfonso Aguiló. Con la
autorización de: www.interrogantes.net
6º paso. Trabajo en equipo para contestar a cinco cuestiones
a) El ejemplo de los padres.
b) ¿Qué nos enseña Juan Pablo II?
c) El papel de las lecciones teóricas
d) ¿Cómo hablar de Dios a los hijos?
e) ¿Cómo explicar el cielo y el infierno?
7º paso. Puesta en común del gran grupo
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| Formación: Varias curaciones | Otros: Vida de Jesús pequeños |
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