"¡Malditas aventuras que no son más que  des_enturas!",

se decía Sancho cuando lleg_  junto a su amo.

Llevaba varios días reci_iendo  palos

y más palos sin que la  _ínsula  de sus sueños

asomase por  ning_na  parte,

y tenía más ganas de  _olver  a su aldea

que de ser  go_ernador.

Sin em_argo, decidió seguir adelante,

y  fu_  como tirar por el camino de la desgracia

pues  aque_a  misma mañana

don Quijote confundió a un  re_año  de ovejas

con el ejército de un  _mperador  moro

que se llamaba Alifanfarón y  _odiaba  a los cristianos.

-¿Pero no _e  que es un rebaño? -le decía Sancho-.

¿Acaso no o_e  los balidos?

-Eso no son _alidos  -respondió don Quijote-,

sino tam_ores  y trompetas que suenan en son de guerra.

Decidido a castigar a las tropas del  so_erbio  Alifanfarón,

don Quijote arremetió con su lanza contra las  o_ejas

_asta  que mató a más de siete

y mal_irió   a otras tantas.

Viendo que aquel loco no  i_a  a dejarles

un s_lo  animal con vida,

los dueños del rebaño e_pezaron  a apedrear

a don _uijote para que se marchase,

y  gui_arro  a guijarro, le machacaron los dedos,

le  _undieron  dos costillas

y le  ro_pieron  tres o cuatro dientes.

Dame el  _álsamo,  Sancho

-dijo don Quijote cuando aca_ó  la granizada-,

que a_ora  lo necesito más que nunca.

Sancho se acercó a la _aceitera,

y su amo se  _ebió de un solo trago

todo lo quedaba en e_a.

-Ahora mírame bien la _oca

-añadi_  don Quijote-

y dime cu_ntos  me quedan,

porque creo que _e  escupido lo menos dos.