59. Conflictividad




    A) Tensión en las aulas

    Desde que la crisis se ha hecho evidente, ha aumentado la tensión en las aulas. De una forma difícil de cuantificar, se percibe en ellas un preocupante incremento de actitudes incívicas, malas contestaciones, faltas de respeto hacia los profesores y los compañeros, peleas, insultos, palabrotas… El último informe de El defensor del profesor, presentado recientemente por el sindicato ANPE, pone cifras a esta percepción: de las 3.352 denuncias presentadas por profesores durante el pasado curso, el 24% se debían a problemas para dar clase, el 21% a faltas de respeto, el 18% a acoso y amenazas de los alumnos, el 17% a falsas acusaciones, el 12% a insultos y el 11% a conductas agresivas de los alumnos hacia el profesor y hacia sus propios compañeros.

    Los autores del informe describen lo que hacen algunos de los alumnos que ocupan aula en nuestro país de la siguiente manera: “contestan mal, con insolencia y altanería, utilizando expresiones zafias e insultantes, hacen caso omiso del profesor si este les llama la atención porque hablan, escuchan música, utilizan el móvil, forman corrillos, comen pipas, gritan, se insultan o hablan en tono elevado entre ellos; colocan los pies encima de la mesa, se tumban, se levantan y deambulan por la clase, emiten sonidos, contestan de forma desafiante, con desdén, llegando en ocasiones al insulto, a la intimidación, se mofan del profesor y buscan el enfrentamiento para vanagloriarse delante de sus compañeros. Llegan a hacer apuestas sobre el tiempo que tardan en hacer mella en el estado de ánimo del profesor o profesora hasta conseguir que salga llorando de clase o que debido al estrés al que se le está sometiendo pida la baja laboral” (p. 17).

   Aunque el informe admite que “el ambiente familiar es un factor decisivo”, así como la pérdida de autoridad por parte del profesorado, hace hincapié en la reducción de los recursos llevada a cabo por el gobierno (según ANPE, en los últimos dos años hay 50.000 profesores menos). Es decir, culpabiliza a la crisis económica del aumento de la tensión en las aulas, pero en el sentido de que la crisis ha supuesto recortes en educación. Por lo que, según parece, no es que haya aumentado la conflictividad, sino más bien que han disminuido los medios para atajarla (aumento de ratio por alumno, por ejemplo).

   Compartimos en parte esta visión: la crisis es una variable fundamental para explicar lo que está pasando en muchas escuelas, pero no lo es únicamente porque haya traído recortes, que siempre son mal recibidos, sino porque ha hecho aumentar la tensión familiar y social, ha alterado las relaciones humanas y eso, como no podía ser de otra manera, se ha trasladado a las aulas. Es decir, que el malestar, la intranquilidad, el desasosiego que está causando esta crisis en las familias, ha provocado un aumento de la tensión en las aulas.

   Detrás de una mala contestación, de un bajón en las notas, de un insulto, de una pelea, de una fuerte salida de tono, de un “rebote” sin motivo suficiente, late una tensión que antes no había y que muchos alumnos se traen de casa o de la calle en la mochila. Hace falta cargar esa mochila de muchos valores –disciplina, trabajo, respeto, docilidad, etc.– para que en ella no quepa esa dama silenciosa que alienta nuestra ira y la desata cuando menos lo pensamos.

   Pilar Guembe y Carlos Goñi.3-XII-2012. http://blogs.aceprensa.com/familiaactual/

   B) Los conflictos y la violencia

   Muchos niños, independientemente de su edad, vinculan imágenes de violencia a la palabra "conflicto": bombas, asesinos, escopetas, guerra, enemigos, combatientes, agresores, gritos, ira, odio... Muchos adultos hacen las mismas asociaciones, y los profesores, cuando desean tratar problemas de conflictos con sus alumnos hablan primero de guerra y de conflictos armados.

   Los medios de comunicación locales y mundiales se centran mucho en los reportajes de acontecimientos violentos. Incluso en los medios de comunicación cuyo supuesto objetivo es entretener, las imágenes violentas son habituales. Así, no es extraño que para mucha gente, "conflicto" sea sinónimo de "violencia". Para los niños y los jóvenes es urgente entender que la violencia no es necesariamente el resultado de un conflicto. La violencia no forma parte de la naturaleza humana sino que es una respuesta aprendida, y si la violencia se puede aprender, existen otras respuestas posibles que también se pueden aprender.

   La educación puede ayudar a los alumnos a tener una visión más amplia de los conflictos, explorando tanto situaciones de violencia como conflictos que ocurren inevitablemente entre la gente en cuanto a ideas, valores, posiciones y perspectivas sobre una gama de problemas. Son estos tipos de conflictos los que, cuando no se tratan de manera constructiva, explotan a menudo en violencia.

   Es imposible que cualquier iniciativa educativa pueda eliminar todos los conflictos, ya que forman parte de la vida. Pero las escuelas pueden ayudar a los jóvenes a aprender que se puede y se debe elegir entre diferentes maneras de reaccionar ante un conflicto. Los alumnos pueden desarrollar habilidades de negociación y de resolución de problemas que les permitan considerar el conflicto no como una crisis sino como una ocasión de cambio creativo. Ante todo, pueden aprender a aplicar estas posibilidades a los conflictos que forman parte de sus vidas cotidianas: conflictos con amigos, con la familia e incluso con los profesores. Entonces pueden reflexionar acerca de cómo esta aproximación a la resolución de problemas podría aplicarse a los conflictos vinculados a diferencias religiosas y étnicas, a los recursos, a las fronteras o a las diferentes ideologías políticas dentro de una comunidad, un país o en el mundo entero.

   Uno de los efectos de tal educación es curativo. Muchos niños que se criaron en situaciones de conflicto violento real o probable, las vivieron con ansiedad, temor, sensación de desesperanza ante el futuro y sentimiento de impotencia ante unas fuerzas que parecían estar más allá de su control. Para estos niños, aprender a resolver conflictos puede formar parte de un proceso de apaciguamiento, que les dé medios prácticos de reacción y un sentimiento de capacidad.

   Al mismo tiempo, la educación en los conflictos y su resolución es preventiva. Si los conocimientos, capacidades y aptitudes pacíficos pueden aprenderse, los alumnos tienen al mismo tiempo la ocasión y la responsabilidad de actuar para construir una cultura de la paz en un mundo devastado por la resolución inadecuada de los conflictos.

   La educación por la paz se consigue, en un porcentaje muy alto, educando de forma pacífica. Unos padres que se dirigen a sus hijos de manera suave y respetuosa, pidiendo por favor y dando las gracias, que no gritan ni pegan, que no castigan nunca de forma desproporcionada, que ponen límites estrictos a las conductas agresivas de sus hijos y que valoran y respetan sus propuestas y pensamientos, tienen muchas posibilidades de que sus hijos crezcan pacíficos, valorando la paz y ayudando en este difícil camino que es la construcción de la no-violencia.

   UNICEF. Con la autorización de: www.solohijos.com

   C) ¿Cómo negociar la resolución de un conflicto?

  Tu hijo quiere salir cada tarde con sus amigos y a ti te parece excesivo. Al principio lo hablasteis y ahora lo discutís. Tenéis un conflicto en casa. Cada día os enzarzáis más y la cosa va a peor. Él dice que hablar contigo es como estar delante de una pared. Tú piensas de él exactamente lo mismo. Cuando llegamos a una situación como ésta, o similar, la mejor alternativa es negociar. Los dos ganaréis y perderéis algo pero, al menos, llegaréis a un acuerdo.

   En casi todas las familias surgen discrepancias, pero a veces las diferentes opiniones o maneras de entender el mundo chocan frontalmente y generan tensiones que sufren todos los de casa. En ocasiones, esta tensión acaba en un conflicto entre padres e hijos. Los problemas pueden surgir del desinterés por los estudios, de los horarios, las formas de vestir, la colaboración en casa o el uso del dinero o del tiempo libre.

   Algunas veces intentamos modificar la conducta de nuestros hijos adolescentes con castigos, reprimendas y amenazas, pero entonces la superación del conflicto es tan sólo aparente. Cuando no podemos más, decidimos abandonar la lucha, dejamos a nuestros hijos por imposibles: "No le gusta estudiar", "Es muy nerviosa", "No puede controlar su pronto", "No le gustan las tareas de casa…" Con éstas y otras frases similares manifestamos nuestro abandono por la causa. Resolvemos el conflicto con la rendición total mientras guardamos en el corazón un cierto sentimiento de rencor y de culpa. O, mejor dicho, no resolvemos el conflicto.  

   ¿Podemos hacer otra cosa? Desde luego. La alternativa es la negociación, es decir, no hay vencedor ni vencido, ambas partes ganan y pierden algo. Negociar consiste en discutir un asunto para llegar a un acuerdo que suponga una satisfacción para ambos. Es un ejercicio de tolerancia y de convivencia, es una forma de educación para la paz.

   Generalmente no estamos muy entrenados para llegar a acuerdos con los demás. La negociación requiere orden y paciencia y, sobre todo, voluntad de pactar una solución al conflicto. Es conveniente tener presente en qué va a basarse el proceso de negociación y cuáles van a ser las condiciones de negociación antes de dar cualquier paso.

   PROCESO DE NEGOCIACIÓN

   Para que el intento sea útil conviene realizar una serie de acciones en un orden más o menos determinado. En ocasiones un error conduce a un fracaso. Ésta podría ser la secuencia idónea:    No hace falta que nuestro hijo tome la iniciativa. Si no se decide o no tiene intención de negociar, demos nosotros el primer paso. Debemos servirle de ejemplo y qué mejor manera que plantearle una negociación que, probablemente, servirá para resolver próximos conflictos, dentro o fuera de casa.

   Es preferible que el diálogo se realice entre dos personas, por ejemplo entre el padre y la hija. No es muy conveniente que se produzca entre la hija y los dos padres ya que podría verse acorralada y actuar a la defensiva.  

  Hay que pensar en la posibilidad de que participe un mediador en el caso de que el disgusto o la actitud desafiante de nuestro hijo pueda hacernos perder los nervios en una conversación.

    En algunas ocasiones, uno de los miembros de la pareja puede actuar como mediador entre el hijo y el progenitor en conflicto. En ese caso deberá convencer al hijo para que hable con su padre/su madre, o viceversa, ya que a veces también somos los padres quienes nos obcecamos y no queremos llegar a acuerdos.

    Durante la conversación, el mediador debe actuar de manera neutral, procurando rebajar la tensión y evitando que el diálogo adquiera un tono irritado. Si llegamos a la conclusión de que necesitamos un mediador y los padres no podemos hacer este papel, según la intensidad y tema del conflicto, podemos buscar la colaboración de un familiar, del profesor o tutor del alumno o de un profesional de psicología.

    Expresar nuestra posición de partida, explicar de manera concisa y breve lo que queremos y los sentimientos que nos despierta su actitud. Escuchar con atención la opinión de nuestro hijo o hija. La posición de partida es aquello que queremos que haga y lo que él quiere hacer. Así, por ejemplo, le diremos: "Nos gustaría que dejaras de salir todas las tardes con esos dos amigos que tienes y que te dedicaras a estudiar". A lo que tal vez respondería: "Yo quiero salir con mis amigos."

    Mirar más lejos e intentar explicarnos mutuamente por qué nos interesa esa posición de partida. Se trata de explicar a nuestro hijo por qué le pedimos que actúe de esa manera y de intentar comprender las razones que nos explica. Es posible que al explicarle nuestra preocupación por su futuro ("nos preocupa mucho pensar que no aprovechas la oportunidad para prepararte y que quizá no logres un buen trabajo"), él nos replique: "Si me quedara en casa, mis amigos no me harían caso y me quedaría sin nadie con quien salir".

    Buscar puntos de encuentro y ofrecer alguna compensación a cambio del compromiso. Es importante en este momento no repetir la posición de partida. Al negociar ya hemos aceptado que tendremos que rebajar nuestras expectativas. Puede ser oportuno lanzar la pregunta: "-Bueno, ¿qué te parece que podemos hacer?- y si no hay respuesta, adelantarse con alguna oferta: -Entiendo lo que me dices. Si te parece, puedes dedicar una hora al día a estudiar y después salir un rato con tus amigos. Si cumples con ese mínimo, no diremos nada más sobre tus salidas."

    Valorar las posibles contraofertas y ceder, si es posible, en alguna de sus condiciones.

    Aceptar el mejor acuerdo posible y valorarlo positivamente. Seguramente nuestro hijo se comprometerá menos de lo que nos gustaría, pero aun así el paso es importante. En cualquier caso es importante mostrar agrado por lo que hemos conseguido.

    Comprobar y exigir el cumplimiento del acuerdo. Normalmente tras su compromiso será más fácil, o al menos aceptara de mejor grado una sanción merecida.

    CONDICIONES DE LA NEGOCIACIÓN

    Realizar la entrevista cuando tanto él como nosotros estemos en un estado de ánimo relajado, sin nervios ni tensiones.

    Buscar un lugar tranquilo y sin distracciones. No estar, por ejemplo, delante de la televisión.

    El padre o la madre, quien sea que mantenga el diálogo con el hijo, procurará hablar en representación del otro, aunque no esté presente.

    Evitar los sermones y el lenguaje dogmático.

    No es necesario sentarse uno frente al otro. Quizá es más conveniente negociar con posibilidad de movimiento. De esta manera la conversación resulta menos formal y menos violenta.

    Controlar nuestro vocabulario y tono de voz. Como padres y personas más maduras y preparadas, no deberíamos dejarnos llevar por nuestras emociones. Tenemos que controlar en todo momento la manera de dirigirnos a nuestro hijo, aunque él pierda los nervios. A veces este recurso es el único que nos permitirá llevar al final la negociación y reconducir el hilo del diálogo.

    José María Lahoz García. Pedagogo (Orientador escolar y profesional),Profesor de Educación Primaria y de Psicologíay Pedagogía en Secundaria    Con la autorización de: www.solohijos.com

    D) Normativa de convivencia

    A menudo se comenta en los medios de comunicación que el mal comportamiento de los hijos se debe a que falta autoridad de los padres y a que los hijos hacen siempre lo que quieren en su casa y luego harán lo mismo en el colegio y en la sociedad.

    La autoridad de los padres es un servicio en el desarrollo personal de los hijos y en la creación de un positivo ambiente familiar, en el que han de participar todos, tanto los padres como los hijos.

    Para crear ese ambiente de familia es aconsejable elaborar una normativa de convivencia con la participación de los hijos. Estas normas pueden ir evolucionando con el paso del tiempo según las edades de los pequeños y la prudencia y sentido común de todos.

    Los padres procurarán motivar a los hijos razonando en cada momento en el por qué deben comportarse de un modo u otro para el buen funcionamiento familiar y en el por qué deben obedecer.

    Los premios siempre son motivadores y se darán cuando se cumpla la normativa de convivencia. A los pequeños se les puede dar algún premio material que les guste, aunque el objetivo futuro será suprimir todos los regalos materiales.

    A los mayores se les puede felicitar por haber hecho bien lo que debían. Una palabra de elogio o un simple gesto aprobatorio son suficientes para premiar psicológicamente a un chico.

    A veces los padres han de corregir y aplicar algún castigo cuando no se cumplen las normas acordadas por todos. El mejor castigo es hacer bien lo que antes se hizo mal y pagar con su dinero la reparación de un desperfecto.

    Si un chico se pone a jugar con el balón en el pasillo de su casa y rompe un cristal, el mejor castigo es que pague con su dinero la reparación. En esto han de estar de acuerdo tanto el padre como la madre y apoyarse mutuamente en la misma decisión.

    En las tertulias familiares se pueden comentar los aspectos positivos y negativos del cumplimiento de la normativa de convivencia y tomar decisiones conjuntas sobre la responsabilidad de cada uno para la mejora de la vida familiar.

    Arturo Ramo García


   Tertulia dialogada.

 Escribir las dudas sobre este texto y dos ideas interesantes. Contestar por escrito a estas cuatro preguntas y llevarlas después a la reunión general de la tertulia:

 1. Principales datos de la tensión en las aulas

 2. ¿Cuáles son los efectos de la educación en la violencia y en los conflictos?

 3. ¿Cómo negociar un conflicto?

 4. Aspectos importantes de la normativa de convivencia

   Bibliografía:

   José Manuel Mañú Noain. Manual de tutoría. Editorial Narcea.

   Enlaces de Internet:

Experiencia: Resolvamos nosotros conflictos nosotros mismos

Los límites del castigo

Exigencia amable

Respeto y autoridad

Experiencia: En la resolución de conflictos, la mejor práctica es una buena teoría

El consenso

Cómo corregir

Los encargos familiares

Cordialidad y convivencia

Saber escuchar

Facilitar la sinceridad

Aprender a dialogar

Apoteosis de la intolerancia

Incoherencias actuales

No grite, por favor




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