56. La obediencia




   A) Exigencia amable

   Actualmente observamos que hay chicos que utilizan todas las presiones posibles para alcanzar sus caprichos. Pero los educadores, tanto padres como profesores, no pueden ceder a sus deseos injustificados, sino más bien transmitirles el mensaje de que no van a ceder al chantaje pueril. Si los padres consientes en los caprichos es como dejar a la deriva a los educandos, sin hacerles ver que una personalidad sólida se construye luchando por adquirir virtudes.

   Podemos distinguir dos modos en la forma de pedir o exigir un esfuerzo a los educandos: brusco o amable.

   Lo hace de un modo brusco el que ordena levantando la voz o hablando secamente. De esta forma deja traslucir poca seguridad y nerviosismo. Otros utilizan un tono amenazador que provoca rebeldía y rechazo. Hay que evitar los gritos que indican la pérdida del propio control.

   Lo más positivo es exigir de forma amable, con una actitud serena y teniendo la confianza en que vamos a ser obedecidos. Se pueden utilizar frases como: ¿Podrías hacer esto, por favor?, ¿serías tan amable de...?, ¿quién me podría echar un a mano en este trabajo?.

   En este caso, son los chicos los que participan voluntariamente en una tarea, realizando una elección libre y responsable, a la vez que se sienten útiles y experimentan la alegría de tener contentos a los padres.

   Conviene reservar los mandatos más serios para los asuntos muy importantes, en los que se pide a los hijos un esfuerzo mayor del acostumbrado. Puede ocurrir, por ejemplo, que en la familia haya un hijo enfermo y se pida al resto de los hermanos que mientras dure la enfermedad se cuide de no hacer ruidos molestos en la casa.

   Tanto en los colegios como en algunas familias se reparten encargos específicos para ayudar en la organización y funcionamiento. Con el cumplimiento del encargo se gana en responsabilidad personal y se sienten útiles.

   Podemos concluir diciendo que hace falta firmeza para exigir la conducta adecuada, pero dulzura en el modo de sugerirla, reclamarla... o imponerla.

   Arturo Ramo García

    B) Respetabilidad razonada

    En tiempos recientes se ha puesto de moda en medios pedagógicos la educación sin autoridad y está resultando un auténtico fracaso, confirmado por los mismos que lo promovieron.

   Porque para educar no son suficientes el amor, el ejemplo y las palabras de ánimo, sino que es preciso ejercer la autoridad y explicar siempre las razones que nos llevan a aconsejar y mandar una conducta determinada. Por tanto, la autoridad no puede basarse en frases como: "te lo mando yo que soy tu padre" o "cuando seas mayor ya lo entenderás". Ha de basarse en el razonamiento, la demostración y el respeto. Los padres y profesores que han de mandar a los educandos han de tener autoridad y hacerse respetar. Siendo que es muy difícil educar sin inspirar respeto, los educadores que no tengan autoridad la tendrán que aprender.

   Es bien conocido que el temor y el miedo nunca han formado la personalidad de los chicos. El recurso al castigo continuo, a la bronca y a la amenaza constante producen en primer lugar la rebeldía de los hijos, la inhibición de las iniciativas y debilita la personalidad.

   La misión de los educadores es enriquecer y no anular la forma de ser de cada chico, fomentando la creatividad, abriendo la inteligencia y ayudándoles a ser libres. +

   A la hora de mandar algo, es mejor hacerlo con frases breves que con largas arengas. Es preferible decirle: "ese jersey", "los platos", porque el chico puede decirse: "¿qué pasa con el jersey? ¡ah, sí! que debo colgarlo en la percha. Ahora lo recojo". De esta forma le damos la oportunidad de ejercer su propia iniciativa y su propia inteligencia.

   Algunos padres se quejan de que sus hijos no les escuchan y la razón es que hablan demasiado. Un chico decía: "Cuando mi madre está en la segunda frase, yo me he olvidado ya de la primera".

   El niño tiene necesidad de autoridad y de alguna forma la pide aunque le cueste reconocerlo. Alguno llega a decir: "mis padres no me quieren y 'pasan' de mí porque me dejan hacer lo que me da la gana".

   Algunos educadores mantienen actitudes de concesión constante por propia comodidad o por miedo a perder el aprecio de los chicos. Esto será muy perjudicial para los educandos porque crecerán sin patrones adecuados de conducta y sin hábitos para hacer en cada momento lo que tienen que hacer con voluntariedad propia.

   Arturo Ramo García

   C) Pocas normas y eficaces

   Un autor entendido en educación decía que en la familia y en la escuela es donde más órdenes se dan y donde menos se cumplen. Lo positivo es lo contrario, es decir, que haya pocas normas, que se cumplan y que se deje en libertad al chico en lo opinable.

   En primer lugar, en la familia ha de haber pocas normas y fundamentales, teniendo en cuenta la edad de los pequeños y las circunstancias familiares. Sin embargo, a veces se dan órdenes por cualquier cosa, por impulso o por afirmar la propia personalidad.

   Se cuenta de una madre de familia que le decía a su sirvienta. Ve al cuarto de los niños, observa lo que hacen y prohíbeselo. No sabía si lo que hacían los niños era bueno o malo, pero de cualquier forma tenía que recriminar a los niños con energía. Con esta actitud se producen dos efectos: se pierde la autoridad de los padres porque los hijos no les van a hacer ningún caso y se falta a la estabilidad del ambiente familiar ya que lo que en un momento se podía hacer sin problemas, ahora se prohíbe arbitrariamente. Esto crea inseguridad en la personalidad de los pequeños.

   En segundo lugar, se ha de conseguir que las pocas normas establecidas se cumplan siempre. El chico ha de llegar a la convicción de que no podrá saltarse a la torera las normas familiares, consensuadas entre el padre, la madre y lo hijos. 

  También conviene que los profesores del colegio participen de las mismas decisiones y exijan al chico su cumplimiento. Esto consolida la autoridad de los padres, evita muchas rabietas de los chicos o hace que no lleguen a producirse.

   En lugar de repetir muchas veces las mismas cosas, como recoger el jersey y la zapatillas, ordenar el cuarto, ponerse a estudiar y otras por el estilo, lo que hay que conseguir es que, con suavidad y sin perder los nervios, el chico lo cumpla de inmediato. Esto puede suponer algún sacrificio para la madre que tendrá que levantarse, tomar al pequeño de la mano y, con calma y determinación, hacer que el crío haga lo que tiene que hacer.

   También es negativo que la madre con poca autoridad le amenace al chico con decírselo todo a su padre para que le castigue. Con estas palabras la madre lanza el mensaje de que no tiene ninguna autoridad y no sabe dirigir el hogar. Presenta al padre como el ogro malo que castiga las malas acciones de los hijos. En muchas ocasiones el padre no hace nada, porque no conoce bien el alcance de los hechos y el pequeño no se acuerda ni es consciente de sus malas acciones pasadas.

    En tercer lugar, hay que dejar libertad al chico en todo lo opinable, aunque algunas de sus preferencias no coincidan con las de los mayores. Esto hay que respetarlo en virtud de la singularidad personal de cada uno, que ha de desarrollarse y llegar a ser aquello a lo que está llamado. Los padres no pueden pretender hacer a sus hijos a su imagen y semejanza, como fotocopias o calcomanías.

   Arturo Ramo García

    D) La obediencia de los hijos entre los 6 y los 12 años

   A los seis años de edad, un niño ya está capacitado para colaborar en casa, hacer algún que otro recado, empezar a responsabilizarse de sus cosas y gozar de cierto grado de autonomía. Es muy importante que desde ahora le inculquemos el hábito de obedecer y que no rebajemos planteamientos. De lo contrario, corremos el riesgo de ver cómo llega a la adolescencia sin que haya adquirido nunca la costumbre de hacernos caso. Desde ahora, garantizar un clima de armonía familiar depende, en gran medida, de la atención que le prestemos a este aspecto de su educación.

   ¿Está adquiriendo nuestro hijo el mal hábito de la desobediencia?

   En algunas ocasiones la desobediencia es clara y rotunda: nuestro hijo se niega a cumplir nuestras órdenes de una forma explícita o hace, precisamente, lo que le hemos prohibido desafiando así nuestra autoridad. Este tipo de rebeldía es fácilmente detectable. Debemos estar alerta para actuar enérgicamente si se produce con excesiva frecuencia.

   Sin embargo, muy a menudo la desobediencia se expresa de una forma mucho más sutil y camuflada. Por ejemplo, cuando nuestro hijo

    · hace como si no nos hubiera oído y se ampara luego en esta excusa para justificarse

   · repite que sí reiteradamente para no tener que oírnos más pero no tiene intención de cumplir con la petición

  · busca excusas del tipo: "No hago la cama porque llegaré tarde a clase", "no puedo ir a la compra porque ayer en clase de gimnasia me hice daño en el pie"

   · expresa su desobediencia mediante comportamientos exagerados, como cerrar de golpe la puerta, utilizar palabrotas, llorar…

    ¿Por qué es desobediente nuestro hijo?

    En ocasiones, los padres estamos más pendientes de nuestro hijo cuando se comporta de manera inadecuada, ya sea para regañarle o castigarlo, que cuando lo hace de forma correcta. Esto conlleva a menudo que los niños se nieguen a cumplir nuestras exigencias con el fin de llamar nuestra atención.

   Alrededor de los 8 años de edad, es normal que los niños discutan todas las exigencias impuestas por sus padres. El motivo principal es que su capacidad de razonamiento se está desarrollando y, a menudo, la ponen a prueba con sus padres.

   Otros factores que pueden estar motivando la desobediencia de nuestro hijo son que: 

    · está ocupado en una actividad más placentera que aquella que nosotros le estamos pidiendo    · no oye realmente lo que le pedimos, porque está distraído en otra actividad. Debemos distinguir esta circunstancia de aquellas ocasiones en que hace ver que no nos ha oído

   · no comprende lo que le mandamos

   · está habituado a que nosotros acabemos haciendo por él lo que le pedimos

   · sabe que los padres repetiremos varias veces la indicación, antes de que él deba responder.

    ¿Cómo podemos actuar ante la desobediencia de nuestro hijo?

   Existen unas recomendaciones que facilitarán la obediencia de nuestro hijo. Si las practicamos de manera constante, probablemente pocas veces nos veamos obligados a poner en práctica los consejos sobre qué hacer cuando nuestro hijo nos desobedece.

   Antes de que nuestro hijo nos desobedezca:

    · Siempre que sea posible, en lugar de dar órdenes o hacer preguntas, ofrecer dos opciones para que nuestro hijo pueda escoger una. Por ejemplo, en vez de decirle "baja la basura" o preguntarle "¿quieres bajar la basura?", plantearle las opciones de: "¿qué prefieres, secar los platos o bajar la basura?".

   · Procurar no darle demasiadas instrucciones a la vez. Es mejor esperar a que obedezca una orden, antes de plantearle la siguiente.

   · La instrucción debe ser simple, utilizando pocas palabras. Es importante que sea comprensible para nuestro hijo y razonable para su edad. También es importante que sean peticiones específicas, es decir, que quede bien claro el comportamiento que debe seguir. Es mejor decir "a las seis intenta tener los ejercicios de matemáticas acabados y la lección de sociales estudiada, para poder ver tu programa favorito", que "acaba tus tareas escolares pronto".

   · Utilizar un tono de voz agradable. Es mejor si nos ponemos a la altura de nuestro hijo y le miramos directamente a los ojos (asegurándonos que él también nos mira).

   · Es importante que expliquemos a nuestro hijo las razones por las que le pedimos o le prohibimos que haga algo. Esta información deberá ser apropiada para la edad del niño.

   · Establezcamos rutinas. A tu hijo le ayudará a obedecer el hecho de tener que hacer cada día lo mismo y a la misma hora (tirar la ropa a lavar después de la ducha, recoger la mesa, etc.). La cooperación acabará convirtiéndose en un hábito.

   · A partir de los 6 años los niños, en cierta medida, ya son más capaces de participar en la creación de las reglas. De esta manera, probablemente se sentirán más responsables y las comprenderán mejor. Este hecho contribuirá positivamente a que cumplan los mandatos. Por tanto, es importante que empecemos a dejarle negociar con nosotros las exigencias y las consecuencias de su cumplimiento o incumplimiento, escuchando sus razonamientos. Pero, en último término, seremos nosotros los que decidiremos.

   · Para motivar a nuestro hijo para que cumpla aquello que más le cuesta, le daremos la indicación de manera positiva, explicándole que, cuando cumpla nuestro mandato, le ofreceremos un privilegio. Por ejemplo: "si ordenas tus juegos antes de la cena, jugaré contigo al ajedrez". Es importante que nosotros cumplamos con lo pactado.

   · A veces hay momentos en los que no podemos premiar inmediatamente a nuestro hijo o es mejor reforzar cada uno de los pequeños pasos que componen una conducta final. Un programa alternativo que puede ayudarnos a presentar el refuerzo desde un punto de vista diferente es el sistema de fichas o puntos.

   Consiste en proponer a nuestro hijo previamente un objetivo a conseguir durante un periodo de tiempo determinado. Cada vez que actúe de acuerdo con nuestro objetivo, obtendrá un punto. Estos puntos se canjearán por una recompensa que se habrá establecido con anterioridad.

   Veamos un ejemplo.

   Objetivo: que nuestro hijo obedezca a la primera cuando le llamamos para cenar.

   Premio a conseguir: Salir al cine una noche con nosotros, comer o cenar en un sitio de su gusto, invitar a un amigo a dormir a casa…

    Cómo conseguir los puntos: Si obedece a la segunda orden, un punto. Si obedece a la primera orden, dos puntos. Si a una hora concreta y estipulada se dispone por iniciativa propia a realizar una de sus tareas u obligaciones habituales (bañarse, sentarse a cenar, ponerse a estudiar…), cuatro puntos. Los puntos no se deben "regalar" pero deben ser fácilmente accesibles.

   Otro sistema divertido para conseguir puntos consiste en darle cada día, en el momento en que se levanta, una cantidad de puntos. A medida que transcurre el día debe evitar perderlos, es decir, cumplir con el objetivo le permitirá mantener el número de puntos mientras que desobedecer el objetivo de la semana hará que disminuya su batería de puntos. Al cabo de una semana, se sumarán los puntos mantenidos y se canjearán por el premio establecido (50 puntos: una tarde en un parque de atracciones, por ejemplo).

    · Es de suma importancia que, cuando haga lo que le pedimos, alabemos y elogiemos su comportamiento (felicitarlo, decirle lo contentos que estamos de lo que ha hecho, etc.).

    · Las consecuencias que seguirán a la desobediencia, deben quedar establecidas claramente de antemano. Podemos retirar un privilegio cada vez que no cumpla una exigencia. Por ejemplo, "cuando sigas jugando con el videojuego en vez de dejarlo para hacer otra cosa, te quedarás sin videojuego durante todo el día siguiente".

    · Comprobar y asegurarnos que cumple con lo indicado para, después, poder aplicar las consecuencias apropiadas.

    En el momento en que nuestro hijo nos desobedece: 

    · Aunque estemos enfadados con nuestro hijo, debemos explicarle con objetividad y serenidad las ventajas de obedecer y por qué es necesario restar privilegios cuando no lo hace. Aunque pueda parecer que no lo comprende, razonar con él y analizar las consecuencias de su conducta le ayudará a ver más claro nuestro punto de vista y podrá prever futuras consecuencias en situaciones similares.

    · A veces el sentido del humor puede ayudarnos a solucionar situaciones muy tensas, sobretodo con nuestros hijos mayores. Por ejemplo, si insiste e insiste en justificarse para no llegar a la hora que le hemos dado podemos decirle: "Tienes razón, es mejor llegar tarde a casa. Llegar a la hora es una molestia. Es mejor llegar tarde un par de días y luego pasarse una semana sin salir pensando qué estarán haciendo tus amigos mientras tú estás en tu cuarto…"

   · Asegurémonos de que haya entendido la orden. Escuchémosle con atención cuando intente dar una explicación. Si es una excusa que no nos sirve como explicación, utilizaremos la expresión "de todos modos". Por ejemplo, "ya sé que te gusta el programa de televisión que estás viendo pero de todos modos, quiero que pongas ahora la mesa porque ya es hora de comer". No hay que entrar en debate con él.

   · Si no obedece, sin discutir le retiraremos aquellos privilegios que habíamos establecido de antemano. Para que la estrategia funcione, es importante que los privilegios retirados sean valorados por nuestro hijo. Y es fundamental que seamos constantes y no cambiemos nuestra posición. Si nuestro hijo de 10 años llega sistemáticamente tarde a casa perderá el privilegio de salir durante un período de tiempo establecido.

   · Tiempo fuera: Cuando nuestro hijo desobedece "descaradamente" a pesar de reiterados avisos por nuestra parte, no perdamos el control.

    Lo mandaremos solo, sin discutir ni reprochar nada, a una habitación o a un rincón donde no pueda entretenerse, durante un período breve de tiempo. Comprenderá que para mantener y recuperar sus antiguos privilegios es mejor obedecer a la primera. Le explicaremos claramente el motivo del aislamiento (cada vez que interrumpe cuando tú hablas por teléfono o cuando nunca encuentra el momento de hacer los deberes) y le avisaremos de las consecuencias de salir antes de acabar el plazo de tiempo (puede quedarse aislado más tiempo).

    · Le retiraremos nuestra atención y le ignoraremos cuando conteste provocativamente a nuestras indicaciones o por ejemplo, se vaya cerrando de golpe la puerta. Puede ser que lo haga para que le hagamos caso, para llamar nuestra atención o porque de este modo consigue no obedecer (al menos, de momento). Siempre que ignoremos una conducta incorrecta de este tipo le estaremos motivando para no volver a repetirla. Dejaremos pasar un tiempo prudencial y repetiremos la orden, esta vez avisando de las consecuencias que tendrá el no cumplirla. Por otra parte, cada vez que se muestre colaborador deberemos reforzarle.

    · Si la desobediencia implica una acción peligrosa para nuestro hijo o para los demás (cruzar la calle sin mirar, romper objetos, etc.), mostrando expresión y tono de voz firme, le diremos: "¡no!" o "¡basta!" . Si es necesario, pararemos físicamente su acción. Luego, le retiraremos un privilegio.

    Lídia Ametller Martínez. Licenciada en Psicología. Con la autorización de: www.solohijos.com


   Tertulia dialogada.

 Escribir las dudas sobre este texto y dos ideas interesantes. Contestar por escrito a estas cuatro preguntas y llevarlas después a la reunión general de la tertulia:

 1. ¿Cómo exigir amablemente?

 2. ¿Por qué es importante el respeto?

 3. ¿Cómo han de ser las normas?

 4. ¿Cómo han de obedecer en las distintas edades?

   Bibliografía:

   Eusebio Ferrer. Exigir para educar. Editorial Palabra.

   Enlaces de Internet:

Lograr una autoridad positiva

Recuperar la autoridad

El ejercicio de la autoridad

Respeto y autoridad

Diciendo NO también educamos

Educar en el deber

¿Exigir a un adolescente?

Obedecer

Mi hijo es un mandón

Nunca nos hacen caso

Amistad educativa




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