Una medalla entre las rosas |
Una medalla entre las rosas
Por Gabriel Marañón Baigorrí
Un joven
impío y libertino estaba gravemente enfermo de tuberculosis. Y lo que era peor
en él es que sus pasiones le habían arrastrado al ateísmo. Conservaba a su
madre, mujer muy cristiana, que hacía todos los esfuerzos posibles para evitar
que su hijo muriera en pecado.
Madre e hijo vivían en Roma. La madre estaba siempre atenta
de lo que deseara. Sin embargo, aquel joven, cuando niño, amó entrañablemente
a la Virgen, llamándola dulcemente: ¡Mi Madre! Pero el enfermo ya no pensaba
en la Virgen. ¡Cuánto lloró aquella pobre madre por la salvación de su hijo!
Y, sobre todo, ¡cuántas oraciones, dirigió a la Virgen!. "¡Madre mía
-le decía-, Tú salvarás a mi hijo: que pase de mis brazos a los tuyos¡"
Un día entró a visitar al enfermo un joven sacerdote,
antiguo compañero de él, con el propósito de convertirlo. Pero el enfermo,
nada más verle, metió la mano debajo de la almohada, sacó una pistola y le
apuntó, dispuesto a disparar contra él y contra cualquier otro sacerdote que
se le acercara.
Llegó el 17 de mayo, día del cumpleaños del enfermo. La
madre compró un precioso ramo de rosas, las flores preferidas de su hijo, y en
un capullo metió una medallita con la imagen de la Virgen, envuelta en una
cinta de seda. Aquella medallita se la había ofrecido a su hijo a cambio de la
pistola, pero sólo obtuvo una rotunda negativa. La madre puso primero el ramo
de rosas en el altar de la Virgen, con la esperanza de que la Madre del Cielo
cambiaría el corazón de su hijo.
Cuando ella entró en la habitación, le dio a su hijo los
buenos días y le felicitó cariñosamente, estrechándole contra su corazón.
El hijo, emocionado, tomó el ramo de flores y besó las manos de su madre.
Charlaron un rato madre e hijo. Después quedó solo el
enfermo y quiso contemplar despacio las rosas. Las examinó con calma y vio en
uno de los capullos un objeto brillante. Lo toma con prevención y al ver que
era una medalla de la Virgen exclama emocionado: -¡Oh, la Virgen, que
hermosa!" Y como arrastrado por una fuerza invisible la lleva a los labios
y la besa con ternura y amor. Su corazón quedó totalmente cambiado. Su
inteligencia se abrió otra vez a la luz de la fe. Oía una voz que le decía.
"Yo soy tu Madre del Cielo.- Lanzó el enfermo un fuerte sollozo y rompió
a llorar. La madre acudió sobresaltada a ver qué le ocurría y le oyó con
inmenso gozo que había recobrado la fe perdida. Que amaba a la Virgen. Y el
joven repetía: "¡La Virgen! :Que buena es la Virgen!"
Y, caso extraordinario, a los pocos momentos, aquel enfermo,
asistido por un sacerdote, moría serenamente entre sus dos madres: La Madre del
Cielo y su madre de la Tierra.
Con la autorización
de: www.encuentra.com
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