14. El país de la pizarra |
Moncho y Pelusa eran dos niños muy amigos de una Princesa que no sabía sumar, y van en su ayuda porque está castigada en la Ciudad de la Tabla de Multiplicar.
La Ciudad de la Tabla de Multiplicar era una ciudad comercial. Las calles eran rectas y ordenadas, las casas altas, construidas de sólidos números, y por todas partes llegaban sonidos de máquinas de calcular. Por las calles circulaban nueves de bien formada y altiva cabeza, sietes de nariz orgullosa y ceros redondos.
Los cincos y los ochos se dedicaban al transporte, y los cuatro se ofrecían muy a menudo como escaleras y sillones, pues allí todos son muy prácticos y sencillos, y a nadie rebaja cualquier trabajo.
En aquél momento oyeron un gran tumulto, voces irritadas y un choque violento de cincos, seises y ochos en medio de la calle.
- ¡La Princesa no debe andar lejos! -dijo Pelusa, con alegría.
Echaron a correr, y, verdaderamente, al final de la calle estaba la pobre Princesa, con un trocito de yeso en la mano intentando salir del fondo de la suma.
Derramaba de cuando en cuando una lágrima, que la ayudaba a borrar sus equivocaciones.
- ¡Princesa! -gritó Moncho, asomándose al pozo de la suma-. ¡Princesa, valor, que venimos a liberaros!
La Princesa levantó los ojos y le miró con desaliento.
- ... y cinco treinta y cinco, y me llevo tres... -dijo.
- Muy bien -dijo Moncho-. Ahora bajamos a ayudaros.
Con gran agilidad empezó a descender. Apoyaba con facilidad los pies en los sietes y en los cuatros, pero en los treses resbalaba espantosamente.
La suma era muy alta. Al cabo de un rato les caían por la frente gotas de sudor.
Al fin, después de gastar cada uno un par de trozos de tiza, llegaron al final. La suma estaba acabada y sin una sola equivocación. Moncho y Pelusa dieron la mano a la Princesa y la ayudaron a subir.
- ¡Ay, cómo pagaré esto! -les dijo la Princesa-. ¡Qué buenos habéis sido conmigo!
Y les dio un beso a cada uno.
Ana María Matute
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