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La
mitad de los padres creen que pegar a los hijos resulta «a veces»
imprescindible para corregirles
J. B. BARROSO, E. MONTAÑÉS
MADRID.
El
azote, el cachete o el pescozón han sido (y todavía son) elementos presentes
en muchas escenas cotidianas: el adolescente que recibe una bofetada por «contestón»,
el pescozón del padre al hijo por empujar a otro niño, el cachete para frenar
la rabieta porque no se le compra algo... La práctica del castigo físico se
encuentra fuertemente arraigada en nuestra sociedad: un 47 por ciento de los
españoles aseguran que pegar resulta «algunas veces» imprescindible y son las
mujeres quienes muestran una mayor aceptación del castigo físico, según datos
del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales recogidos en la guía «Educa, no
pegues», elaborada por las organizaciones Save the Children, el Comité Español
de Unicef y las asociaciones de padres Concapa y Ceapa.
Tales actitudes están en sintonía con la sentencia dictada por el ahora
magistrado del Tribunal Supremo, Juan Ramón Berdugo, cuando era juez de la
Audiencia Provincial de Córdoba. En el fallo, Berdugo considera que «unos
azotes en el culo» ante una conducta desobediente del menor son «conformes con
los usos sociales» y parte fundamental del «derecho de corrección que tienen
los padres sobre los hijos menores no emancipados». De esta forma, el juez
absolvía a una madre del delito de malos tratos hacia su hijo, de 13 años, del
que había sido condenada en primera instancia tras haber sido denunciada por su
ex marido. Una decisión y unos argumentos que han abierto un nuevo frente de
discusión a nivel jurídico y social.
La realidad que muestran los datos recabados por las organizaciones
anteriormente citadas es que el 27,7 por ciento de los padres españoles
reconocen haber pegado a sus hijos en el último mes una media de tres veces. Y
un 2,7 por ciento no tenía reparos en admitir haber propinado fuertes golpes.
Según se señala, para la aceptación de esta práctica no influye a qué
condición social pertenezcan los progenitores.
En otros países europeos las cifras son similares o incluso mayores: el 80 por
ciento de los irlandeses mayores de edad recuerdan haber sido pegados en casa.
En todos los países hay expresiones como «zurrar», «dar una torta a tiempo»,
«un buen azote»... lo que evidencia que el castigo físico es algo aceptado.
Pero ello no lo valida.
Un camino abonado para la violencia
La mayoría de los padres españoles dicen tener una buena relación con sus
hijos, aunque en muchas ocasiones las tensiones y los problemas logran
desbordarles. No en vano, el 40 por ciento reconoce no saber cómo tratar los
conflictos de convivencia con sus hijos, según el estudio «Hijos y padres:
comunicación y conflictos», realizado por la Fundación de Ayuda contra la
Drogadicción (FAD).
Los principales conflictos se producen en lo que se refiere a relaciones y
comportamientos externos (salidas con amigos, horarios...) y a la organización
y reparto de tareas domésticas. Unas discrepancias que se resuelven -la mayoría
de las veces- mediante el diálogo (uno de cada cuatro padres reconoce que las
opiniones de los hijos acaban imponiéndose en la familia) pero en otras, son la
bofetada o el castigo los que ponen fin a la discordia.
Humillación del niño
Un estudio realizado por el Comité sobre la Violencia del Departamento de
Psiquiatría elaborado por la Universidad americana de Stanford considera «desaconsejable»
el castigo físico por parte de los alumnos porque lejos de inhibir la violencia
la alienta, ya que además de humillar al niño, le proporciona un modelo a
imitar y del que aprender. Los expertos coinciden en señalar que la conducta
violenta genera en los niños dos tipos de conductas emocionales negativas: la
depresión por la pérdida de confianza en los padres; y la agresión, sobre
todo hacia sus progenitores.
No obstante, las cosas parecen que cambian poco a poco y los jóvenes (18 a 29 años)
rechazan el castigo físico más que los adultos (entre 30 y 60 años). Pero aún
así, y como reconoce la Federación de Asociaciones para la Prevención del
Maltrato Infantil (Fapmi), en nuestra sociedad, esta conducta violenta va «in
crescendo», aunque puntualiza que tal vez ahora se contabilizan mejor las
agresiones o malos tratos a menores.
La erradicación del castigo físico sobre los niños constituye sin duda un
tema prioritario en las políticas sociales de muchos países. Una cuestión
clave para evitar males mayores como el maltrato infantil que sufren más de 200
millones de pequeños en el mundo.
ABC- 24-VII-2004
El castigo como tarea
El colegio ha sido otro de los ámbitos en el que «dar una bofetada» ha estado
casi siempre entre las tareas obligadas de clase. La mala resolución de un
problema se saldaba con el clásico «caponcillo» o el mal comportamiento
conllevaba alguna que otra bofetada. Pero eran otros tiempos.
Por fortuna, hoy día se impone un nuevo modelo educativo -basado en la
tolerancia y el respeto a la libertad del niño- que cuestiona la severidad y el
castigo como herramientas educativas. Según datos del Ministerio de Educación,
a pesar de que los padres de más de un millón y medio de menores tienen una
acusada tendencia a emplear castigo físico, en la escuela existen claras normas
de comportamiento en la relación entre el menor y sus profesores.
Así, se establece por ley que «todos los alumnos tienen derecho a que se
respete su integridad física y moral y su dignidad personal, no pudiendo ser
objeto de tratos vejatorios o degradantes» y que «tampoco podrá ser objeto de
castigos físicos o morales».
Si bien las cosas han mejorado en el entorno educativo no ha ocurrido lo mismo
en el familiar. Por eso, también las asociaciones de padres de alumnos quieren
una reforma del Código Civil, que facilite un cambio en la sociedad respecto al
castigo físico.
ABC, 24-VII-2004
EDUCA, NO PEGUES
PEDRO
NÚÑEZ MORGADES Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid/
Recientemente se ha aprobado en el Reino Unido una sorprendente propuesta, por
la que se admite convertir en delito el uso de la fuerza con los hijos pero se
acepta el castigo físico moderado, siempre que no cause a los niños moratones,
enrojecimientos o daño mental. Es decir, casi un «Tratado del cachete bien
dado». Este debate, suscitado a raíz de la muerte de una niña británica por
malos tratos, ha abierto una encendida polémica entre los partidarios de la
medida y los que consideran que no se puede criminalizar a los padres por dar
una simple bofetada a su hijo. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez?, se
preguntan.
Con este panorama de fondo, creo que es útil hacer una reflexión inicial. Por
supuesto, comparto la idea de que no se puede convertir en delincuente a un
padre que da un azote a su hijo, pero sí creo que debemos tender a erradicar
esta práctica. La educación de los hijos no puede hacerse desde la bofetada
porque el castigo físico ni es terapéutico para el que lo produce (muy al
contrario, genera cargo de conciencia y malestar), ni pedagógico para el que lo
recibe.
Las consecuencias que sobre los menores tiene la utilización de la fuerza son
evidentes: se daña su autoestima, no les enseña porqué suceden las cosas ni cómo
hacerlas de otra manera -el niño acaba obedeciendo por miedo al castigo pero no
ha comprendido el motivo de la sanción-, genera más violencia -no sólo en quién
la recibe, sino también en quien la da (un cachete suele ir seguido de más)-,
aprenden a someterse o a desobedecer, sin cooperar ni participar, les confunde
respecto a las normas sociales -a los adultos no se les puede pegar pero a los
niños sí-, etc...
Los padres tampoco obtienen ningún beneficio de la utilización del castigo físico,
salvo el propio desahogo. No consiguen su objetivo respecto a la conducta del niño
y, sin embargo, se produce en ellos un sentimiento de ansiedad y culpa por lo
que han hecho. El empleo del «cachete» como método para modificar las
conductas de los hijos termina por impedir la comunicación ellos, el diálogo,
las explicaciones mutuas.
La educación de los hijos requiere, sin duda, dedicación y diálogo, algo de
lo que, hoy en día, se carece cada vez más. Es importante adoptar actitudes
positivas: tomar decisiones contando con la opinión de todos, pero sabiendo y
aceptando que la última palabra la tienen siempre los padres, compartir con
ellos tiempo y actividades, inculcarles aficiones de las que también puedan
disfrutar en común, proporcionales un entorno rico en posibilidades (que puedan
acceder al juego, a la lectura, a la música, a la naturaleza), pero también
marcarles claramente cuáles son los límites, como forma de establecer la
autoridad de los padres, pero también para ayudar a los hijos a crecer. La
confianza se gana poco a poco y desde el principio y, en todo caso, se debe
conseguir que, cuando surjan situaciones difíciles, se afronten con sinceridad
y sin miedo a la reacción de los padres.
La utilización del castigo físico, aunque sea moderado, es incompatible con
todo lo anterior. Este es el motivo por el que desde el Defensor del Menor hemos
solicitado, y reiteramos ahora, la modificación del Artículo 154 de nuestro Código
Civil para que, en la frase que dice «Podrán corregir razonable y
moderadamente a los hijos» se añada lo siguiente: «pero nunca mediante el
empleo del castigo físico o de cualquier otro trato que comporte menoscabo de
la integridad y dignidad personal».
Que nadie nos vea como intransigentes. Esta propuesta de modificación no
pretende criminalizar a un padre o una madre que le de a su hijo un azote, sino
ir creando una cultura y una conciencia que termine por eliminar estas prácticas,
desde la certeza de que, sin duda alguna, las vías adecuadas para educar a los
hijos son la dedicación y el diálogo.
ABC, 24-VII-2004
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