El joven tendero |
Como empleado (Abraham Lincoln) demostró ser honesto y eficiente, y mis lectores se interesarán en algunos ejemplos de ello que he hallado en el interesante volumen del doctor Holland.
Un día una mujer entró en la tienda y compró varios artículos. Sumaban dos dólares y monedas, o eso creyó en joven empleado.
Se pagó la cuenta, y la mujer quedó totalmente satisfecha. Pero el joven tendero, inseguro en cuanto a la precisión de su cálculo, sumó los artículos una vez más. Para su consternación descubrió que la suma total sólo llagaba a dos dólares.
-Le hice pagar varias monedas –dijo Abraham, perturbado.
Era una nimiedad, y muchos empleados lo habrían pasado por alto. Pero Abraham era demasiado concienzudo para eso.
-Es preciso devolver el dinero –decidió.
Esto habría resultado fácil si la mujer hubiera vivido “a la vuelta de la esquina” pero, como bien sabía el joven, vivía a unos cinco kilómetros. Esto, sin embargo, no cambiaba las cosas. Era de noche, pero él cerró la tienda, le echó la llave y caminó hasta la residencia de su clienta. Una vez allí, explicó el asunto, pagó la diferencia y regresó satisfecho. Si yo fuera capitalista, estaría dispuesto a prestarle dinero a semejante joven sin pedir garantías.
He aquí otro ejemplo de la honestidad del joven Lincoln.
Una mujer entró en la tienda y pidió media libra de té.
El joven empleado la pesó, y se la dio en un paquete. Era la última venta del día.
A la mañana siguiente, al iniciar sus deberes, Abraham descubrió una pesa de cuatro onzas en la balanza. Comprendió de inmediato que había usado esa pesa en la venta de la noche anterior, así que le había dado a su clienta menos cantidad de la que debía. Me temo que hay muchos comerciantes rurales que no se habrían preocupado por este descubrimiento. Pero no fue así con el joven que nos ocupa. Pesó el resto de la media libra, cerró la tienda y se la llevó a la defraudada clienta. Creo que mis jóvenes lectores comprenderán por qué el presidente Lincoln tenía fama de honesto y justo. Es improbable que un hombre que comienza siendo estrictamente honesto en la juventud cambie al crecer, y la honestidad comercial es, hasta cierto punto, garantía de honestidad política.
Versión de Horatio Alger. Libro de las virtudes. Vergara.
SUGERENCIAS METODOLÓGICAS
Objetivo.- La justicia es dar a cada uno lo suyo.
Contenido.-
Primero, ser justos
Cada cristiano ha de plantearse cómo vive la justicia
en las circunstancias normales de su vida: en la familia, en el trabajo
profesional, en las relaciones sociales...
Por Pbro. Dr. Francisco Fernández Carvajal
I. En la Ley de Moisés estaba dispuesto que se cumpliera el
diezmo [1]: se debía entregar la décima parte del producto de los frutos más
corrientes del campo, como los cereales, el vino y el aceite, para el
sostenimiento del Templo. Los fariseos pagaban, además, el diezmo de la
hierbabuena, el eneldo y el comino, plantas aromáticas que se cultivaban en los
jardines de las casas y que servían para condimentar las comidas. Era una equívoca
manifestación de generosidad con Dios, porque a la vez dejaban de cumplir otros
graves mandamientos en relación al prójimo.
Por eso, por su hipocresía, les dirá el Señor: ¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que pagáis el diezmo de la menta,
del eneldo y del comino, pero habéis abandonado lo más importante de la Ley:
la justicia, la misericordia y la fidelidad. Estas cosas había que hacer, sin
omitir aquéllas [2].
No desprecia el Señor el pago del diezmo por la menta, el
eneldo y el comino, que podría haber sido una verdadera expresión de amor:
como quien regala unas flores a una persona que quiere, o al Señor en el
Sagrario; lo que rechaza Jesucristo es la hipocresía que este falso celo
oculta, pues con ello se justificaban para no cumplir con otros deberes
esenciales: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Los cristianos no
debemos caer jamás en una hipocresía semejante a la de estos fariseos:
nuestras ofrendas voluntarias son gratas a Dios cuando cumplimos con las
obligatorias y necesarias, determinadas por la justicia; esta virtud manda dar a
cada uno lo suyo y se enriquece y perfecciona por la misericordia y la caridad.
Estas cosas había que hacer, sin omitir aquéllas.
La virtud de la justicia se fundamenta en la intocable
dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y destinada a
una felicidad eterna. Y si consideramos el respeto que merece todo hombre «a la
luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor
grado esta dignidad, ya que los hombres han sido redimidos por la sangre de
Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y
constituidos herederos de la gloria eterna» [3].
El aprecio a los derechos de las personas comienza por un
ordenamiento justo de las leyes civiles, al que hemos de contribuir los
cristianos, como ciudadanos ejemplares, con todas nuestras fuerzas, comenzando
por aquellas leyes que defienden el derecho a la vida, el primero de los
derechos, desde el mismo instante de la concepción. Pero no basta con esta
contribución, que hemos de hacer siempre en la medida de nuestras
posibilidades, aunque sean pequeñas.
Cada día se nos presentan muchas ocasiones para ser justos
con nuestros semejantes: a la hora de emitir juicios sobre otros -¡con qué
facilidad, con qué frivolidad se falta a veces a la justicia más elemental con
juicios temerarios!-; en las palabras, evitando no sólo la calumnia -la acusación
falsa-, sino también la difamación, la palabrería que propaga los defectos
del prójimo, para disminuir su consideración social, profesional y humana; en
las obras, dando a cada uno lo que es suyo...
¿Cómo podrían ser gratas a Dios nuestras obras si no
tratamos con esmero -de pensamiento, palabra y obra- a nuestros hermanos, por
quienes Jesús dio su vida?
II. Vivir la justicia con el prójimo es mucho más que el
mero no causarle daño, y no basta para cumplirla con lamentarse ante
situaciones de injusticia; quejas y lamentaciones que serán estériles si no se
traducen en más oración y obras para remediar esa situación. Cada cristiano
ha de plantearse cómo vive la justicia en las circunstancias normales de su
vida: en la familia, en el trabajo profesional, en las relaciones sociales...
Vivir la justicia con quienes nos relacionamos habitualmente significa, entre
otros deberes, respetar su derecho a la fama, a la intimidad, a una retribución
económica suficiente... «Estas exigencias no han de limitarse únicamente al
orden económico, como es, por ejemplo, la justicia en sueldos y honorarios; la
vida y la moral cristianas tienen exigencias más amplias. El respeto a la vida,
a la fidelidad, a la verdad, la responsabilidad y la buena preparación, la
laboriosidad y la honestidad, el rechazo de todo fraude, el sentido social e
incluso la generosidad deben inspirar siempre al cristiano en el ejercicio de
sus actividades laborales y profesionales» [4].
También la calumnia, la maledicencia, la murmuración....
constituyen una verdadera y flagrante injusticia, pues «entre los bienes
temporales la buena reputación parece ser el más valioso, y por su pérdida el
hombre queda privado de hacer mucho bien» [5]. El Apóstol Santiago dice de la
lengua que es un mundo entero de maldad [6]: puede servir para alabar a Dios,
para hablar con Él, para comunicarnos..., o puede hacer mucho daño, si no hay
un empeño decidido en no hablar nunca mal de nadie.
No es infrecuente que se falte a la justicia a través de la
palabra. Por eso, el Señor nos pide a los cristianos que sepamos defenderla,
que no nos dejemos guiar por rumores, por juicios precipitados de otras
personas, de algunos medios de comunicación social..., que nunca emitamos un
juicio negativo sobre personas o instituciones -no ser inquisidores y verdugos
de vidas ajenas-. Y, entonces, hemos de procurar poner los medios para estar
bien informados, y, si alguien tiene el deber de juzgar, oyendo a las dos
partes, matizando cuando sea preciso hacerlo y salvando siempre la intención
profunda de las personas, que sólo Dios conoce. Especial responsabilidad tienen
quienes de alguna manera trabajan en los medios de comunicación social o tienen
acceso a ellos, por el gran bien o el mal grave que pueden hacer.
Debemos vivir los deberes de justicia con aquellos que el Señor
nos ha encomendado, dedicándoles tiempo, colaborando en la formación de todos,
tratando con más esmero a aquel que, por enfermedad, edad o por sus condiciones
particulares, más lo necesita. Sabemos bien que no viviría esta virtud, por
ejemplo, el padre o la madre que tuviera tiempo para sus gustos y distracciones,
y no dedicara lo necesario para la educación de los hijos o para aquellas
personas que Dios ha puesto a su cuidado; o quien antepusiera sus gustos y
preferencias personales, de los que con un poco de buena voluntad se puede
prescindir, a las necesidades de los demás.
Somos justos cuando damos a cada uno lo suyo. El empresario,
con la justa retribución de los empleados, de acuerdo con las leyes civiles
justas y con la recta conciencia. No será raro que, a veces, haya de remunerar
por encima del mínimo exigido por la ley, pues pueden darse circunstancias en
las que, cumpliendo lo estrictamente legal, lo establecido, se falte a la
justicia con ese mínimo estipulado: pueden darse despidos legales pero
injustos, salarios de acuerdo con las leyes pero que ofenden la dignidad de las
personas... ; «la justicia no se manifiesta exclusivamente en el respeto exacto
de derechos y de deberes, como en los problemas aritméticos que se resuelven a
base de sumas y de restas» [7]. Al cristiano le importa, sobre todo, ser justo
ante Dios, y esto le llevará a cumplir más allá de lo meramente establecido
por las leyes, teniendo en cuenta las circunstancias personales y familiares de
quien trabaja a su cargo.
III. La economía tiene sus propias leyes y mecanismos, pero
estas leyes no son suficientes ni supremas, ni esos mecanismos son inamovibles.
El orden económico no debe concebirse -insiste el Magisterio de la Iglesia-
como un orden independiente y soberano, sino que ha de estar sometido a los
principios superiores de la justicia social, que corrijan los defectos y
deficiencias del orden económico y tengan en cuenta la dignidad de la persona
[8].
La justicia social exige también que al trabajador no se le
deje a merced de las leyes de la competencia, como si su trabajo se tratara sólo
de una mercancía [9]; y una de las principales preocupaciones del Estado y de
los empresarios «debe ser ésta: dar trabajo a todos» [10], pues el paro
forzoso es uno de los mayores males de un país y causa de otros muchos en la
persona, en las familias y en la sociedad misma.
Quien trabaja en un taller, en la Universidad, en una
empresa, no viviría la justicia si no cumple con esmero con su tarea, con
competencia profesional, aprovechando el tiempo, cuidando los instrumentos de
trabajo que son propiedad de la fábrica, de la biblioteca, del hospital, del
taller, de la casa en la que se ayuda en las tareas del hogar. Los estudiantes
faltarían a la justicia con la sociedad, con la familia, a veces gravemente, si
no aprovechan ese tiempo dedicado al estudio. De modo general, las
calificaciones académicas obtenidas pueden ser materia de un buen examen de
conciencia. Muchas veces, la poca intensidad en el estudio será la causa de no
ser más tarde buenos profesionales, faltando así a la justicia con la empresa
en la que se trabaja, por carecer de la preparación debida. Son puntos que con
frecuencia deberemos examinar, para vivir delicadamente, delante de Dios y de
los hombres, los deberes hacia el prójimo: la justicia, la misericordia y la
fidelidad en los pactos y promesas.
Pidamos a la Santísima Virgen esa rectitud de conciencia,
para contribuir a hacer de la sociedad en que vivimos un ámbito de convivencia
digno de hijos de Dios.
[1] Lev 27, 30-33; Dt 14, 22
ss.
[2] Mt 23, 23.
[3] JUAN XXIII, Enc. Pacem in
terris, 11-IV-1963, 10.
[4] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instr. Past. Los católicos en la
vida pública, 22-IV-1986, nn. 113-114.
[5] SANTO TOMÁS. Suma Teológica, 2-2, q. 73, a. 2.
[6] Sant 3, 6.
[7] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 168. 8 Cfr.
[8] Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, 15-VI-1931, 37.
[9] JUAN PABLO II, Enc. Sollicitudo re¡ socialis, 30-XII-1987, 34.
[10] IDEM, En el estadio de Morumbi, 3-VII-1980.
Meditación extraída de la serie "Hablar con Dios", Tomo IV, Martes
de la 21ª Semana del Tiempo Ordinario, por Francisco Fernández Carvajal.
Puedes adquirir la colección en
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Actividades.-
1. Hacer copias de este relato para los alumnos.
2. Cada chico lee individualmente este texto y contesta a estas preguntas:
a) ¿Quién era el joven tendero?
b) ¿Qué ocurrió con la primera mujer?
c) ¿Qué hizo para devolverle las monedas?
d) ¿Qué crees que es la honestidad ?
e) ¿Qué pasó cuando vendió la libra de té?
f) ¿En qué podemos ser más justos y honestos?
3. Leer las contestaciones a la pregunta f).
Artículo: Fumar marihuana ¿importa un pito?
®Arturo Ramo García.-Registro de Propiedad Intelectual
de Teruel nº 141, de 29-IX-1999
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