El párroco murió en Siberia |
El párroco murió en Siberia
Por Gabriel Marañón Baigorrí
Sucedió
en una pequeña aldea de Rusia. Maquinaba el sacristán de una parroquia cómo
asesinar a un hombre sin que nadie sospechara de él. Después de mucho
reflexionar, tuvo dispuesto su plan. Se dirigió a la habitación donde el párroco
guardaba una escopeta y, con ella, de un solo disparo, mató al hombre que quería
eliminar. Rápido, huyó para no ser descubierto. Se dirigió a la Iglesia y en
ella, detrás del altar mayor, ocultó el fusil. Después fue donde el párroco
y se confesó con él del crimen cometido.
Se empezaron a hacer indagaciones para descubrir al criminal.
Fueron también a la casa del párroco, la revisaron toda ella, luego miraron la
Iglesia y detrás del altar encontraron el arma con señales de haber disparado.
Interrogado el sacerdote, manifestó que él era inocente, pero nada dijo del
autor del crimen. Este mantenía una aptitud indiferente y serena para no
levantar sospechas.
Los agentes acusaron al párroco de ser él el criminal. Y el
tribunal le condenó a trabajos forzados a Siberia. Esta región de Rusia es
extremadamente fría, con temperaturas bajísimas. Cerca de veinte años estuvo
el párroco cumpliendo la condena de un delito que no había cometido. Pero él
fue fiel a su deber. Tenía que guardar el secreto de confesión.
Al sacristán le llegó la hora de morir. Hizo reunir a todos
sus familiares y amigos, incluso al sacerdote de la parroquia que sustituyó al
antiguo párroco, y personas principales de la aldea. Delante de todos, postrado
en cama, declaró que él había sido el asesino y que por su culpa estaba en
Siberia el párroco al que condenaron. Aquel desgraciado, arrepentido de lo que
había hecho, pidió a los presentes que hicieran los trámites necesarios para
traer de Siberia al párroco. Pocos momentos después moría, pidiendo perdón a
Dios de lo que había hecho.
Cuando llegó a Siberia la orden de poner en libertad al párroco, era ya tarde.
Contestaron de allí que el párroco habla muerto ya.
El pobre párroco, extenuado por las privaciones y
sufrimientos propios del destierro, había muerto cumpliendo con su deber.
Sugerencias metodológicas:
Objetivo:
Aprender a confesarse bien.
Contenido:
Jesucristo, que es Dios, en su amor infinito, estableció el
Sacramento de la Penitencia, que sirve para perdonar los pecados cometidos después
del Bautismo. Y este poder de perdonar los pecados lo reciben todos los
sacerdotes.
Por eso, para confesarse bien, se necesitan cinco cosas:
1º. examen de conciencia, que consiste en recordar los
pecados que hemos cometido;
2º. dolor de los pecados, que consiste en tener pena de
haber ofendido a Dios por ser infinitamente bueno, o porque nos puede castigar;
3º. propósito de la enmienda, que es una firme resolución
de no volver a pecar;
4º. confesión de boca, que consiste en manifestar todos los
pecados mortales al confesor: es provechoso manifestar también los pecados
veniales, pero no es obligación;
5º. cumplir la penitencia que nos imponga el confesor.
Jesús, para animarnos a hacer una buena confesión, nos
dice: "Yo os digo que en el Cielo será mayor la alegría por un pecador
que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de
penitencia (Lucas, 15.)
Actividades:
1. El profesor lee el relato y explica el Contenido.
2. Por equipos, los alumnos contestan a estas preguntas:
a) ¿Qué crimen cometió el sacristán?
b) ¿Por qué sabía el sacerdote quién era el asesino?
c) ¿Qué castigo impusieron al sacerdote?
d) ¿Qué es guardar el secreto de confesión?
e) ¿Qué hizo el sacristán al morir?
f) ¿Qué aprendemos de este relato?
3. Los
secretarios leen las contestaciones de las preguntas d) y f).
Norma de conducta:
Haré con sincero arrepentimiento mis confesiones.
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