Un muchacho en una casa de juego |
Un muchacho en una casa de juego
Por Gabriel Marañón Baigorrí
Renato era
un muchacho de diecisiete años; bueno, pero con poca voluntad y muy poco
dominio de sus pasiones. Estudiaba en la Universidad de Pisa y su familia vivía
en un pueblecito cercano a esta ciudad. Su padre, que era médico del lugar, no
ganaba lo suficiente para mantener a su familia y costear los estudios de
Renato.
El muchacho pasó contento las Navidades en el pueblo en
compañía de su familia. El día 2 de enero, Renato regresó a la Universidad.
Su madre le dio el dinero para pagar la pensión del mes. Pero nada más llegar
a Pisa donde sus amigos ya le esperaban se le fue a la pensión. Organizaron
entre todos una fiesta. Recorrieron las calles de la ciudad cantando alegremente
y terminaron por entrar en una casa de juego. Renato jugó unas liras y las
perdió; volvió a jugar y volvió a perder. Al salir de aquella casa Renato había
perdido totalmente el dinero que le dio su madre para pagar el mes de pensión.
Eran las cinco de la mañana cuando entraba en su casa de huéspedes. Se tumbó
en la cama. Estaba horrorizado de lo que había hecho. El pobre chico no sabía
qué hacer. Por fin, después de mucho cavilar, se determinó ir donde sus
padres y contarles todo lo ocurrido. Esperaba una violenta reprensión y una
buena bofetada. Tuvo que pedir dinero prestado a la patrona para el viaje, pues
no tenía ni céntimo.
Llegó a su casa y llamó. Le abrió su madre, y al ver ésta
a su hijo tan pálido se asustó la pobre mujer. Renato, con lágrimas en los
ojos, le declaró toda la verdad. La pobre mujer quedó apenada.¿Cómo darle
dinero otra vez, con lo escaso que andaban de él?
Cuando llegó el padre de Renato su esposa le puso al
corriente de lo que había hecho su hijo. A la hora de la cena vio Renato a su
padre y le dijo: «Buenas noches, Padre». El padre, con cierta bondad, no
exenta de seriedad, lo contestó: «¡Buenas noches!»
Renato esperaba durante la cena un chaparrón violento de
gritos y bofetadas. Pero el padre comía con todo sosiego y le hablaba en un
tono normal y sencillo. Al ir a acostarse, le dijo: «Renato, mañana tienes que
madrugar. Necesito el caballo» Cuando la madre y el hijo quedaron solos en la
cocina le preguntó si le había dado el dinero de la pensión. La madre le
contestó que nada le había dado.
Renato se levantó al amanecer. Era un día frío y duro de
invierno. Caía la nieve con fuerza. Bajó al portalón y vio a su padre
montando a caballo, envuelto en su amplio capote para ir a cumplir con su
obligación de médico. El padre, dándole el dinero de la pensión, le dijo
lentamente y con voz suave: -¡Toma, pero antes de malgastarlo acuérdate de cómo
lo gana tu padre!- Avivó al caballo y se perdió en la oscuridad de la noche.
Este joven, que con el tiempo llegó a ser un gran escultor, cuando siendo ya
mayor recordaba las palabras de su padre, se le saltaban las lágrimas y pensaba
que si él era algo en la vida era debido al ejemplo de su padre.
Sugerencias metodológicas
Objetivo:
Vivir el cuarto Mandamiento amando y obedeciendo a los padres.
Contenido:
El cuarto mandamiento de la Ley de Dios es: «Honrarás a tu
padre y a tu madre.» Hemos de honrar y respetar a nuestros padres, porque ellos
nos han dado la vida, nos han traído a un hogar, vivimos en familia y, sobre
todo, hay que honrarlos, porque ellos son los representantes de Dios en la familia.
En todas partes tiene que haber uno que mande y los demás
que obedezcan. En una fábrica manda el director, en una brigada de obreros el
capitán, en un batallón el comandante, en una ciudad el alcalde. Si todos hiciéramos
lo que nos da la gana y no obedeciéramos, la vida sería un desorden. Lo que
ocurre en una familia en que los hijos no obedecen, ni estudian, ni ayudan en el
hogar, en esa casa, todo es un completo desorden y anarquía. Por eso, los hijos
deben obedecer a su padres pronto y bien, y ayudar en mil necesidades que surgen
en el hogar, como ir a la farmacia, a un recado urgente, a una tienda, etcétera.
Otro deber de los hilos es estudiar y aprender bien una
profesión, oficio o carrera para ganarse el pan el día de mañana. Otro deber
de los hijos es, que den a sus padres paz y alegría; tener con ellos atenciones
y servicios. Hay hijos que amargan la vida de su padres, al llevar una vida
viciosa y desarreglada. Cuando los hijos tienen padres indignos, blasfemos o se
embriagan, los hijos, con el debido respeto, les darán oportunos consejos.
Dios, en la Sagrada Escritura, dice: «De obra y de palabra, honra a tu padre
para que venga sobre ti su bendición.» Un medio de honrar a los padres es
escucharles atentamente cuando ellos nos hablan, aconsejan y reprenden.
Cuando, en las conversaciones entre los padres y los hijos,
se discutan puntos de vista opuestos, debe reinar la reflexión, el respeto y la
serenidad. Y si los hijos observan en sus padres errores en sus ideas u obras,
les advertirán con la debida cortesía y con razones del error que están
metidos.
También hemos de amar y querer a los hermanos y a las
hermanas: como también a los sacerdotes, maestros y ancianos.
Actividades:
1. Los alumnos van leyendo en voz alta este texto, el profesor comprueba la comprensión y comenta el Contenido.
2. Individualmente contestan a estas preguntas:
a) ¿Cómo era Renato?
b) ¿Qué hizo con sus amigos?
c) ¿Que esperaba Renato al llegar a su casa?
d) ¿Cómo reaccionó el padre?
e) ¿Qué le dijo el padre por la mañana?
f) ¿Qué aprendió Renato en esta ocasión?
g) ¿Cómo hemos de tratar a los padres?
3. Puesta en común contestando a las preguntas.
Norma de Conducta:
Daré a mis padres y hermanos, amor, alegría, paz y
obediencia y ayuda en todo.
Reproducido con autorización de: www.encuentra.com
Artículo: La actualidad y nuestros hijos
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