Atar los perros con longaniza |
Este dicho nos
remonta a los principios del siglo XIX, más precisamente al pueblo salmantino
de Candelario, cercano a la ciudad de Béjar, famoso por la calidad de sus
embutidos, en el que vivía un afamado elaborador de chorizos llamado
Constantino Rico, alias el choricero, cuya figura sería inmortalizada por el
artista Bayeu en un famoso tapiz que hoy se exhibe en el Palacio El Pardo. Este
buen hombre tenía instalada la factoría en la que trabajaban varias obreras en
los bajos de su propia casa y en una oportunidad, una de éstas, apremiada por
las circunstancias, tuvo la peregrina idea de atar a un perrito faldero a la
pata de un banco, usando a manera de soga, una ristra de longanizas. Al poco
tiempo, entró un muchacho -hijo de otra operaria- a dar un recado a su madre y
presenció con estupor la escena e inmediatamente se encargó de divulgar la
noticia de que en casa del tío Rico se atan los perros con longaniza. La
expresión, no hace falta decirlo, tuvo inmediata aceptación en el pueblo y
desde entonces, se hizo sinónimo de exageración en la demostración de la
opulencia y el derroche.
Profesor
Esteban Giménez
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