41. La caridad, virtud suprema |
Introducción
Siendo la caridad la virtud más excelente, se explica que en la última Cena dijera Jesús a los Apóstoles: "Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como Yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor unos a otros" Juan 13,34-35). El mandamiento nuevo señala la medida con que debemos amar a los demás: como Cristo nos ha amado. Los mandamientos de la ley de Dios se resumen en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. El amor, por tanto, es la perfección de la Ley.
De ahí que la caridad sea la virtud más importante del cristiano mientras peregrinamos, y será también nuestra ocupación en el cielo, donde no habrá fe -veremos a Dios cara a cara-, ni tampoco esperanza, porque habremos llegado a la meta. Sólo permanece la caridad.
Veamos en qué consiste esta virtud, que resume y corona toda la vida sobrenatural.
Ideas principales
1. La caridad, virtud sobrenatural Como ya hemos visto, la caridad es una de las tres virtudes teologales, infundida por Dios en la voluntad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas -por ser quien es- y a nosotros y al prójimo por amor de Dios. Por ser virtud que infunde el Espíritu Santo, y porque nos capacita para amar a Dios tal cual es, es un don sobrenatural. Con la misma caridad con que amaremos eternamente en el cielo, amamos ya en la tierra. La caridad se puede ir debilitando a consecuencia de los pecados veniales, y se pierde cuando se comete un pecado mortal. Para recuperarla es necesario acercarse a la confesión sacramental. Si hacemos actos de amor a Dios y amamos con obras al prójimo, aumentará en nosotros la virtud de la caridad. 2. El amor de Dios sobre todas las cosas La primera obligación que tiene el hombre -la más grande- es amar a Dios "con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas" (Marcos 12,30); es decir, hemos de amar a Dios sobre todas las cosas. Él nos ha creado, es infinitamente digno de ser amado y nos ha amado antes. |
¿Y cuándo amamos a Dios sobre todas las cosas? Cuando cumplimos los mandamientos, dispuestos a perderlo todo antes que apartarnos de Él por un solo pecado.
3. El amor a nosotros mismos
Dentro de la virtud de la caridad está también el amor a uno mismo; pero es evidente que debe ser un amor ordenado, buscando los verdaderos bienes del alma y del cuerpo en relación con la vida eterna. Si alguna vez deseáramos algo que nos aparta de Dios, no nos amaríamos de verdad, por alejarnos de nuestro fin real que es lo único que nos puede hacer felices.
4. El amor al prójimo
Un cristiano no puede decir que ama a Dios si no ama a su prójimo. Como advierte San Juan, "si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano es un embustero, porque el que no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve? (1 Juan 4,20). Las razones en que se funda la fraternidad cristiana son claras: todos somos hijos del mismo Padre celestial y, en consecuencia, hermanos; hemos sido redimidos con la sangre de Jesucristo y estamos destinados al cielo. Cristo mismo se identifica con el prójimo para urgirnos al amor: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mateo 25,40).
Por eso hemos de querer a los demás por amor a Dios. La pura simpatía, la admiración o el altruismo, no son la caridad que Cristo nos pide.
5. El mandamiento de Cristo abarca a todos
El Señor nos dejó en testamento el amor: "Un nuevo mandamiento os doy: que os améis unos a otros, como Yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos" (Juan 13,34-35). Nos dio ejemplo con su vida, y nos enseñó a querer a los demás siendo amables en la convivencia, comprendiendo, disculpando y perdonando.
La caridad con el prójimo presupone respetar sus derechos de justicia, pero exige también practicar las obras de misericordia ayudándole en sus necesidades espirituales y materiales. Y no podemos excluir a nadie, ni siquiera a los enemigos: "Amad a vuestros enemigos -dice el Señor-, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y rogad por los que os calumnian" (Lucas 6,27-28).
6. Las obras de misericordia
Para enseñar de manera gráfica cómo vivir la caridad, Jesucristo propuso la parábola del buen samaritano (Lucas 10,30-37). En realidad Él es el buen samaritano, que curó nuestras heridas con su infinito amor misericordioso. Cuando practicamos las obras de misericordia -las siete corporales y las siete espirituales- nos vamos pareciendo a su Corazón, del que aprendemos a dar de comer al hambriento, enseñar al que no sabe, a dar buen consejo, a corregir, a perdonar, a consolar, a sufrir con paciencia, a rogar a Dios por todos, etc.
7. Caridad ordenada
La caridad exige amar primero a Dios y, después, a los demás. Existe una jerarquía en el amor a Dios y al prójimo, como existe un orden en el amor a los hombres. Dentro del amor al prójimo tenemos obligación de querer más a los que están cerca de nosotros: padres, hermanos, sacerdote, profesores, amigos; vienen luego los necesitados de ayuda espiritual y de ayuda material. En el amor a nosotros mismos, está antes la necesidad espiritual nuestra que la necesidad material del prójimo.
Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Navarra. 1982. Con la autorización de los autores.
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