23. Creo en la vida eterna |
Introducción
La muerte abre la puerta de "la vida eterna", y la vida eterna, -último artículo del Símbolo- es la meta del hombre, sabiendo por la Revelación que la vida "no termina, se transforma"; de modo que los que creen en Cristo pueden adquirir una mansión eterna en el cielo. ¡Viviremos eternamente!
De esto se trata. Como decía san Josemaría Escrivá de Balaguer, "lo que hemos de pretender es ir al cielo. Si no, nada vale la pena". Este es el destino definitivo de nuestra existencia. Pero el destino real se corresponde con el uso de la libertad y, por tanto, si se vive de cara a Dios, se alcanza el cielo; si se vive de espaldas a Dios y se muere en pecado mortal, el destino es el infierno. Hay una situación provisional, y es cuando el hombre muere en gracia pero no ha terminado de limpiarse, y ha de hacerlo en el purgatorio.
Ideas principales
1. Al cielo van los que tienen el alma limpia San Juan nos habla, igual que San Pablo, de la visión que tuvo del cielo: "Vi una muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaba delante del trono del Cordero (Cristo), vestidos de túnicas blancas y palmas en sus manos" (Apocalipsis) 7,9). Vestidos con túnicas blancas quiere decir que estaban en gracia de Dios y limpios de cualquier mancha o pecado. Por eso recibieron el premio del cielo. Como dice el Evangelio, "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5,8). 2. El cielo consiste en ver, amar y gozar de Dios eternamente ¿Qué es el cielo? Escribiendo San Pablo a los cristianos de Corinto decía: "No ojo vio, ni oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman" (Corintios 2,9). Es algo tan grande que, aunque nos pusiéramos a soñar, nunca llegaríamos a imaginar lo que es. Sin embargo, dice una cosa muy concreta: "Estaremos siempre con el Señor" (1 Tesalonicenses 4,18). Estaremos siempre con Cristo, nuestro Amigo. |
Dios es el sumo bien, la belleza infinita, y el hombre, que ansía ver cosas maravillosas, quedará completamente saciado -saciado sin saciar- al contemplar a Dios. Lo veremos tal cual es. Además, lo amaremos ardientemente y seremos amados eternamente por Dios. Los deseos de amor que tiene el hombre quedarán plenamente colmados.
Por estas razones, en el cielo sólo habrá gozo y alegría. No habrá enfermedades, ni dolores, ni penas, sino únicamente gozar de Dios en compañía de la Virgen y de los ángeles y de todos los santos. Estaremos con todos aquellos que han sido fieles a Dios, a muchos de los cuales hemos conocido en esta tierra.
3. La purificación final o Purgatorio
Los que mueren en la gracia y la amistad con Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama Purgatorio y esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.
4. Podemos ayudar a las almas del purgatorio
Dios quiere que la Iglesia de la tierra ayude a las almas que están en el purgatorio, donde se están purificando y con el deseo ardiente de ir al cielo para estar con Dios. Como se dice en el tema de la comunión de los santos, hemos de ayudarles y podemos hacerlo con estos auxilios:
- Ofrecer como sufragio la Santa Misa. Es la mejor manera, porque ofrecemos por los difuntos los méritos infinitos del mismo Jesucristo.
- Rezar mucho por las almas del purgatorio, recabando la intercesión de la Madre de Dios para que cuanto antes vayan al cielo. La Virgen es también Madre de los que están en el purgatorio y hemos de pedirle por nuestros familiares y amigos y por aquellas almas por las que nadie reza.
- Ofrecer en su favor nuestras buenas obras: nuestro trabajo, alguna limosna, pequeñas mortificaciones. Dios lo acepta en beneficio de las almas del purgatorio.
5. Existe el infierno
Jesucristo, que dice la verdad sin que pueda engañarse ni engañarnos porque es Dios, nos habló de la existencia del infierno en muchos lugares del Evangelio. Al revelar el misterio del juicio final se manifiesta la sentencia que el Juez dictará sobre los malvados, situados a su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles". Y concluye: "E irán al suplicio eterno" (Mateo 25,41.46) Otros pasajes con esta enseñanza son la cizaña que será arrojada al fuego (cfr. Mateo 13,40-42; los peces malos será arrojados fuera ( cfr. Mateo 13,47-48); quien no lleve vestidura nupcial será echado a las tinieblas exteriores (cfr. Mateo 22,13); la vírgenes necias no entrarán (cfr. Mateo 25, 1-13); el siervo inútil será arrojado de la casa del señor (cfr. Lucas 16,1-8), etc.
Si nos ponemos a pensar, veremos que el infierno existe porque Dios es justo; y teniendo que premiar a los hombres que libremente han hecho el bien, tiene que castigar a los que libremente han hecho el mal.
En el infierno no hay ningún descanso y no se termina nunca de sufrir porque es eterno. Lo dijo el Señor: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mateo 25,41). La existencia del infierno y la eternidad de sus penas son una verdad de fe que debemos creer firmemente.
6. Al infierno van los que mueren en pecado mortal
En el momento del juicio, el Señor condena a los malos al infierno. ¿Quiénes son esos malos que van al infierno? San Pablo enumera las obras de la carne: fornicación, lujuria, idolatría, enemistades, envidias, homicidios..., y afirma: "Los que hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios" (Gálatas 5,19-21). En definitiva, son todos los que al morir tienen el alma manchada por el pecado mortal.
7. Hay que ayudar a los demás a ganar el cielo y evitar el infierno
El cielo es sin duda lo único que da sentido a la vida del hombre; no ir al cielo es haber fracasado rotundamente. Pero, como hemos dicho, sólo pueden entrar en él los que mueren en gracia de Dios. Y quizá hay junto a nosotros personas que no se dan cuenta de esto, viviendo apartados totalmente de Dios, con el grave peligro de perderlo para siempre.
Esto nos debe remover interiormente para hacer mucho apostolado y conseguir que todos los hombres se salven. Hemos de rezar, ofrecer pequeñas mortificaciones, vivir ejemplarmente nuestra vocación cristiana, hablar a los demás de Dios. Dios premia la generosidad, y tendremos el gozo de encontrarnos en el cielo con esas almas a las que hemos ayudado en la tierra.
8. El "Amén" final del Credo
El Credo, como el último libro de la Biblia, se termina con la palabra hebrea Amén, que finaliza normalmente las oraciones. Esta palabra pertenece a la misma raíz que la palabra creer, en hebreo. Así, pues, el Amén final del Credo recoge y confirma su primera palabra "Creo". Creer es decir "Amén" a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Él.
Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Navarra. 1982. Con la autorización de los autores.
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