La señá Benina |
Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y oscuros, apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compañeros de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no se terminaban en uñas de cernícalo. Eran sus manos como de lavandera y aún conservaban hábitos de aseo.
Usaba una venda negra bien ceñida sobre la frente; sobre ella, pañuelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas.
Benito Pérez Galdós
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