El
pintor y su modelo |
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El pintor y su modelo
Por Gabriel Marañón Baigorrí
En una
famosa ciudad de Italia había un gran pintor. Era todavía joven y todos le
admiraban por la belleza extraordinaria que daba a sus pinturas. Un día recibió
el encargo de pintar unos frescos en la catedral. Se trataba de un trabajo muy
delicado. El pintor tenía que representar varios pasajes de la vida de Jesús:
su infancia, su predicación, su muerte, etc.
Cuando la obra iba bastante avanzada tropezó con una gran
dificultad: no encontraba modelo que representara al Niño Jesús. Y tampoco
encontraba un hombre con rostro repulsivo que representara a Judas, el apóstol
traidor.
Un día el pintor vio en la calle a un muchacho de unos doce
años que jugaba en compañía de sus amigos. Era un muchacho menudo, pero de
cuerpo bien proporcionado, tenía una cara sana, limpia, suavemente coloreada.
Respiraba simpatía y gracia. Sus ojos eran azules y los cabellos rubios. El
pintor llevó al muchacho a la catedral y durante horas y horas le sirvió de
modelo del Niño Jesús. El muchacho estaba gozoso. Por fin, al cabo de los días,
terminó la pintura que representaba al Niño Dios. Sólo le quedaba pendiente
de pintar a Judas y no encontraba hombre alguno que le sirviera de modelo.
Pasaron años y el pintor se iba haciendo viejo y muchas
personas temían que se muriera sin haber acabado su grandiosa obra de la
catedral. Estando un día el viejo pintor tomando una copa de vino en una
taberna vio entrar a un hombre embriagado, con el paso vacilante y
tartamudeando. Tenía una barba sucia, la nariz colorada. Su cara era repulsiva,
deformada por el vicio y la embriaguez. Era un rostro que representaba la
maldad. El pintor le contrató para que sirviera de modelo de Judas. El mendigo
aceptó; así tenía ocasión de ganar dinero.
Todos los días iba aquel hombre a la catedral para
representar a Judas. Un día el mendigo no pudo más. En plena catedral cayó de
rodillas llorando. Sus lágrimas bañaban su rostro. Y dirigiéndose al Pintor
le dijo: «¿No os acordáis de mí? Soy el mismo que os serví de modelo cuando
yo era muchacho, y ahora sólo puedo servir de modelo a Judas". ¡Dios mío,
Perdón! ¡No quiero ser Judas!» Y lloraba en silencio con gran pena y
desconsuelo. El viejo pintor quedó triste e impresionado ante aquella dolorosa
realidad de la influencia del vicio y de la embriaguez en aquel hombre.
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Artículo: Reirse de uno mismo ayuda a no burlarse de los demás
®Arturo Ramo García.-Registro de Propiedad Intelectual
de Teruel nº 141, de 29-IX-1999
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