Tenía Maritornes un  ca_ello  más áspero que las crines

de un burro y un aliento que  _olía   a ensalada rancia,

pero a don  Qui_ote  le pareció que su cuerpo

despedía aromas de rosa y  ja_mín

y que su pelo era m_s  fino que la seda.

-Sé que me  am_is  -le dijo-,

pero no puedo  co_esponderos

porque mi corazón es de _ulcinea...

Cuando el arriero  o_ó   aquellas palabras,

salt_  de su cama muerto de celos,

corrió  _acia  don Quijote

y le soltó tal puñetazo en la  mandí_ula

que le dejó toda la boca  _añada   en sangre.

Y no contento con  aque_o,

se subió a las costillas del  _idalgo

 y empezó a pate_rselas

como si fuera un  ca_allo  al trote.

La cama  soport_  mal que bien los tres primeros asaltos,

pero al cuarto no pudo  aguant_r  más,

y se  _ino  abajo con tal estruendo

que no quedó nadie despierto en la _enta.

Cuando el ventero oy_   el golpe,

a_rió   los ojos de par en par,

se levantó de su cama _echo  una furia

 y entró en el   esta_lo  gritando:

-¿Dónde está ese mal  _icho  de Maritornes,

 que seguro que este  esc_ndalo  es cosa suya?

Más asustada que una  lie_re,

Maritornes corrió a  e_conderse

en la primera  c_ma  que encontró,

que era la de _ancho.

Y sucedió entonces que, _usto  entonces,

el pobre escudero  esta_a  soñando

con un e_ército  de moros

y, al sentir aquel cuerpo al lado del su_o,

creyó que la tropa se le _enía  encima

y comenzó _a  dar puñetazos a diestro y siniestro.

Maritornes, como es natur_l,

respondió con sus _uenas  puñadas,

de manera que los dos acabaron en_arzados

en la más graciosa bata_a  del mundo.