Se confiesa antes de morir

Comprendió don Quijote que se  esta_a  muriendo,

pero  reci_ió  la noticia con ánimo sosegado.

En  ca_bio,  su criada, su sobrina y Sancho

comenzaron a  _orar  con  mucho sentimiento,

pues ya se  _a  dicho alguna vez que don Quijote

era un  hom_re  bueno y se hacía querer.

El caso es que, tras la  _isita  del médico,

el  _idalgo  durmió de un tirón más de seis horas y,

cuando despertó,  comenz_  a gritar con mucha alegría:

-¡Bendito sea Dios, pues acaba de  de_olverme  el juicio!

A_ora  ya sé que perdí la luz del entendimiento

por culpa de los libros de  caba_erías,

que en otro tiempo leí con  pla_er

y  _oy  condeno y maldigo con toda mi alma.

Ya nunca más seré don Quijote, sino  _lonso  Quijano,

a quien en esta aldea llaman El  _ueno.

Pero decidle al cura que  _enga,  que quiero

que me confiese, y traedme a un   escri_ano

para que pueda dictarle mi  testam_nto,

pues siento que me  _oy  muriendo a toda prisa.

Con aquellas palabras, se  des_icieron  en lágrimas

los ojos de todos los que  esta_an  en el cuarto,

quienes no  tu_ieron  dudas de que era cierto

que don Alonso se les  i_a.

Entr_  el cura y lo confesó,

y luego don Quijote  dict_  su testamento,

en el que dejó a su sobrina su casa y sus  tie_as,

a la criada veinte ducados para un  _estido  y a su

escudero el salario que le debía por sus buenos  ser_icios.

Con esto, entró Sancho en el  _aposento,

y don  Qui_ote  le dijo:

-Perdóname, amigo, por las  _eces

que te he  _echo  parecer loco sin serlo.

-¡Ay, señor mío   -contest_  Sancho

sin dejar de  _orar-,  no se muera vuestra merced,

sino hágame caso y   _iva  muchos años,

porque la mayor locura que puede   _acer  un hombre

en esta vida es   de_arse  matar por la tristeza!

Levántese de la cama y   _ámonos  al campo

vestidos de pastores, que quizá detrás de algún  ar_usto

encontraremos desencantada  _a  la señora Dulcinea.