Sancho Panza se marcha

De modo que lo pusieron en pie, le  _itaron

los escudos y le dieron un  _uen  trago de vino,

y entonces Sancho  _olvió  a su cuarto sin decir nada

y comenzó a  _estirse  en silencio.

Luego, muy poco a poco, porque  esta_a  molido,

se fue a la  caba_eriza,  adonde le siguieron

todos los demás, y, tras  a_razar  y besar a su borrico,

le colocó la  _albarda  mientras le decía entre lágrimas:

-¡_en  aquí, amigo mío!

¡Qué felices eran mis  d_as  cuando no tenía

más cuidado que alimentar tu  corpe_uelo!

Pues, desde que me subí a las   to_es  de la ambición,

no  _a  tenido mi alma ni una sola hora de descanso.

Y luego se sentó en el asno y les dijo a los que  a_í  estaban:

-Abridme paso, que me  _oy,  pues yo no nací

para defender reinos, y prefiero  _artarme  de ajos

y dormir al pie de una encina que  te_blar

de miedo en una  _landa  cama y permitir

que un médico Tirteafuera me deje en los  _uesos  mondos.

-No se  va_a,  señor -dijo entonces

el doctor  _ecio-,  que yo prometo

que en adelante le dejaré comer en  a_undancia.

-¡Ya es tarde, amigo!  -_espondió   Sancho-.

Los  _anzas  somos muy testarudos,

y cuando  dec_mos  que no es que no,

y no  _ay   que estirar más el brazo que la manga

y cada   o_eja  con su pareja.

Y déjenme pasar, que se me  _ace  tarde.

Todos los que estaban   a_í  lo miraban con tristeza,

arrepentidos de  ha_erle  tratado tan mal,

pero, por más que le  _insistieron  para que se quedase,

Sancho no dio su  _razo  a torcer, sino que se despidió

con muchas  l_grimas  y se marchó diciéndose:

"A_ora  ya sé que no nací para gobernar

y que las  rique_as  que se ganan en las ínsulas

son  _a  costa de perder la comida y el sueño".