Victoria en Barataria

-¿Que me arme? Eso  dé_enlo  para mi señor

don Quijote, que se  _echa  los gigantes a las barbas

de seis en seis. Pero yo, ¿cómo me  _oy  a armar

si no sé ni  e_puñar  una espada?

Sin  em_argo,  tanto le insistieron,

que al final dejó que lo  _armasen.

Y, como aquella guerra no era más que una  _urla,

lo que  _icieron  fue ponerle un gran escudo por delante

y otro por detrás y atarlos entre  s_  con unos cordeles,

con lo que Sancho quedó  e_paredado

entre dos conchas como si  fue_a  una tortuga.

Por entre los escudos le sacaron un   _razo

y, poniéndole una  lan_a  en la mano, le dijeron:

-¡Guíenos  _uestra  merced, y moriremos si es preciso!

Sancho  intent_  caminar, pero, como no podía

do_lar  las rodillas,

ca_ó  al suelo con un golpe tan grande

que creyó que se había  _echo  pedazos.

Y lo peor fue que los soldados lo  de_aron  tirado

y siguieron  co_iendo  de aquí para allá,

de tal manera que unos  tropeza_an  con él

y otros caían encima, y el  po_re  Sancho

  tu_o  que esconder la cabeza en su caparazón de escudos

para que no se la partiesen en dos  _a  fuerza de pisotones.

-¡Cierren las puertas de la  mura_a!

decía el  capit_n   de los soldados-.

¡Le_anten  trincheras! ¡Disparen contra el enemido!

"¡Ay, Dios mío,  s_came  de aquí!",

susu_aba  Sancho sudando de miedo.

Y ocurrió que el cielo  de_ió  de oír sus súplicas, pues,

cuan do menos lo  espera_a,  de repente se oyó gritar:

-¡Victoria,  _ictoria,  hemos vencido! ¡Los enemigos se van!

Uno de los soldados se acercó al  go_ernador

y le dijo que repartiese el  _otín,

a lo que Sancho respondió con  _oz  doliente:

-Yo lo único que quiero es que me  le_anten

y me den un trago de  _ino.