Alarma en la ínsula

Entonces le dijo a Sanchica que le  sir_iera  al paje

unos  _uevos  con tocino y, mientras tanto,

ella se fue a buscar a un  monagui_o  al que conocía

y le dio un par de  _ollos  a cambio

de que le  escri_iese  dos cartas:

un a para Sancho y otra para la  _uquesa.

Luego,  _olvió  a casa con las cartas y

con un saco enorme lleno de  _ellotas,  y le dijo al paje:

-Esto es para  _uestra  señora.

El paje se guardó las cartas,  atra_esó  el saco

en las ancas de su   ca_allo  y

 vol_ió  a toda prisa al palacio de sus señores.

Y, cuando los duques  le_eron  al fin las cartas de Teresa,

estuvieron a punto de morirse de  _isa,

pues la buena mujer  disparata_a  de lo lindo.

Lo que  m_s  repetía era que tenía muchas ganas

de pasearse en coche, aunque las  en_idiosas

del pueblo la llamasen villana y harta de  a_os

cuando la  _iesen  arreglada como una reina.

Y es que la  po_re  Teresa no sospechaba

que el poder de su marido se iba a  des_acer

en dos días como el  _umo  en el viento.

Sucedió que, en la séptima noche de su  go_ierno,

cuando Sancho dormía en su cama,  comen_ó  a sonar

de pronto un  ho_ible  estruendo de campanas y voces,

tambores y  tro_petas,   tan grande que parecía

como si toda la ínsula se estuviera   _undiendo.

Confuso y  temer_so,  Sancho saltó de la cama

y salió de su cuarto en camisón, y entonces  _io

que por todas partes  co_ían  soldados

con las  _espaldas  en alto gritando "¡alarma, alarma!".

-¡Ármese, señor gobernados -le  di_o  uno

de ellos-, que  _an  entrado infinitos enemigos

en la ínsula y sin vuestra  a_uda  no haremos nada!