Los  li_ros  no lo dicen porque está claro como el agua,

pero los caballeros siempre lle_an  siempre

dinero y camisas  li_pias.

 Y los escuderos que los acompañan cargan con  _endas

 y pomadas por si _an  de curar las heridas de su señor.

 -_uen consejo es ése -dijo don Quijote-,

y prometo seguirlo  _en  cuanto pueda.

Y así lo hizo: poco  despu_s  del amanecer,

decidió regresar a su aldea para  _acerse

con dinero y camisas  li_pias

y para tomar un escudero que lo acompañara en sus a_enturas.

Y en eso iba pensando cuando  vi_ venir a un grupo de hombres

y se propuso aprovechar la ocasión para rendir _omenaje

a la hermosura de   _ulcinea.

De modo que se   apret_  el escudo contra el pecho,

alzó la lanza y se   detu_o  en mitad del camino.

-¿Qué quer_is?-  le preguntaron los viajeros al acercarse,

viendo que aquel  _ombre  armado

y de tan e_traña  figura no les dejaba pasar.

-¡Que confeséis que Dulcinea del Toboso es la donce_a

más fermosa del mundo! -contestó _on  Quijote.

Al o_r  aquello, los viajeros no tuvieron duda alguna

de que aquel hom_re  estaba loco de remate.

Uno de ellos, que era muy amigo de _romas,

le contestó a don Quijote en son de _urla:

-Señor  caba_ero,  nosotros somos mercaderes

y vamos a  _urcia  a comprar sedas.

Jam_s  en la vida hemos oído hablar

de esa tal Dulcinea del To_oso,

as_  que no sabemos cómo es.

Pero mostradnos un retrato su_o y,

aunque sea tuerta de un ojo y le salgan espumara_os por la boca,

diremos que es la  doncella más _ermosa del mundo.