TERESA SE SIENTE GOBERNADORA
-¡Levántese, señor, que se equivoca -respondió Teresa-, que yo no soy más que una humilde labradora, mujer de un escudero y no de un gobernador!
-Vuestra merced es esposa dignísima de un gobernador archidignísimo, y en prueba de ello, tenga este regalo que le envía mi señora la duquesa.
Entonces el paje se sacó de la manga un collar de corales rematado con dos bolas de oro puso y se lo colgó del cuello a Teresa, quien se sintió a dos dedos de volverse loca de alegría. Luego el paje le dijo que le llevaba además una carta de Sancho y otra de la duquesa, a lo que Teresa respondió:
-Pues hágame el favor de leérmelas, que yo no sé el abecé.
En su carta, Sancho le decía a Teresa que, como ya era gobernador de una ínsula, muy pronto se pasearían por la corte en un coche de caballos y podrían casar a Sanchica con un condazo de tomo y lomo. Por su parte, la duquesa explicaba que Sancho gobernaba su ínsula a las mil maravillas y que ella se moría de ganas de conocer a Teresa, y que había oído hablar muy bien de las bellotas que se criaban en la aldea de don Quijote.
-¡Pues yo les enviaré a vuestra señora un saco de bellotas tan grande que se relamerá nada más verlo! -exclamó Teresa cuando el paje acabó de leer-. ¡Y qué claro se ve por estas cartas que mi sancho ya está hecho un gobernador, que no es moco de pavo! ¡Y eso que aquí en el pueblo todo el mundo dice que mi marido no sirve más que para guardar cabras! Pues en dos días me sentará en un coche como si yo fuera una papesa. ¡Santo Dios, y cuántas envidiosas me van a salir! La buena mujer estaba tan contenta que se puso a saltar y a bailar en plena calle mientras canturreaba: -¡Gobiernito tenemos, que soy gobernadora!