SANCHO GOBERNADOR DE UNA ÍNSULA   

Al día siguiente del vuelo de Clavileño, el duque le dijo a Sancho que se preparase para salir de viaje, porque le había llegado el momento de ser gobernador:   

-Os envío a una ínsula hecha y derecha donde no falta de nada, y debéis saber que mis insulanos os esperan con tantas ganas como si fueseis un enviado del cielo.   

-Pues yo os prometa gobernarles como Dios manda -respondió Sancho-, que me parece que, en esto de gobernar, todo es empezar.   

Cuando don Quijote se enteró de que su escudero partía hacia la ínsula aquella misma tarde, lo llamó a su cuarto para hablarle a solas. Sancho entró en el aposento con miedo, pensando que su amo iba a pedirle que se diese los tres mil azotes de Dulcinea antes de marcharse. Sin embargo, lo único que quería don Quijote era darle a su escudero algunos consejos para que ejerciera su nuevo oficio lo mejor posible. Y lo primero que le recomendó fue que gobernase con prudencia y humildad, que evitara la envidia y la pereza, que luchase por el triunfo de la justicia y que fuera compasivo sin dejar de ser riguroso.   

-Ve siempre limpio y bien vestido -añadió luego- y no te dejes crecer mucho las uñas; bebe con medida, porque el vino suelta la lengua más de lo que conviene, y no comas ajos ni cebollas, para que no descubran por tu aliento que naciste en cuna villana. Y sobre todo no masques a dos carrillos no se te ocurra eruptar delante de nadie.   

-Este último consejo lo tendré muy en cuenta -contestó Sancho-, porque tengo la costumbre de eruptar sin remilgos siempre que me viene en gana.   

-Tampoco tienes que abusar de los refranes, que son más propios de aldeanos que de un hombre culto.

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