MONTAN EN EL CLAVILEÑO

De modo que sacaron al caballo, que era de madera, y entonces la Trifaldi dijo que, para que los jinetes no se mareasen con la altura, les convenía taparse los ojos con un pañuelo.   

-Y, cuando oigan que el caballo relincha -agregó-, es que ya han llegado a Candaya.    Don Quijote y Sancho subieron al caballo y se dejaron tapar los ojos, el amo con muchas ganas de empezar la aventura, y el criado temblando de miedo como tantas veces. Y, nada más verlos a lomos de Clavileño, todos los presentes dijeron a gritos:   

-¡Que Dios os guíe, valentones, pues ya vais por los aires, veloces como flechas!   

Oyó Sancho las voces y apretó a su amo por la cintura.   

-Señor -preguntó, ¿cómo dicen que vamos tan altos, si parece que están hablando junto a nosotros?   

-No repares en eso, Sancho, que en estas volaterías todo sale de lo ordinario y nada es lo que parece. Y no me aprietes tanto, que me ahogas. ¿Qué es lo que temes, medrosico, si llevamos el viento en popa?   

-En eso no os equivocáis, que por este lado me da un viento tan  recio como si estuvieran soplando con un fuelle.   

Y así era la verdad, pues los criados del duque estaban dándoles aire con unos grandes fuelles, de lo que sus señores se reían a rabiar. Luego les acercaron a la cara unos hierbajos ardiendo para hacerles creer que pasaban junto al sol y, al poco rato, dieron remate a la aventura pegando fuego a Clavileño. Y, como el caballo estaba lleno de cohetes tronadores, reventó en medio de un gran ruido, con lo que don Quijote y Sancho saltaron por los aires y acabaron en el suelo medio chamuscados.  

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