LA CONDESA TRIFALDI
Y es que al día siguiente volvieron a las andadas, pues le hicieron creer a don Quijote que una condesa lo andaba buscando para pedirle un do. La tal condesa se presentó acompañada por doce dueñas en el jardín donde los duques comían con sus huéspedes, y lo que más les sorprendió a todos fue que las trece mujeres llevaban la cara tapada con unos velos muy oscuros. Tras hacer una gran reverencia, la condesa se adelantó y dijo:
-Yo, señores, soy la condesa de Trifaldi, y he venido con estas queridísimas dueñas desde el lejanísimo reino de Candaya para que el famosísimo don Quijote de la Mancha remedie una grandísima desgracia que nos ha sucedido.
-Pues aquí está don Quijotísimo para que le pedirísimis lo que queridísimis -dijo Sancho, a lo que don Quijote añadió que socorrería a la condesa y a sus dueñas con mucho gusto.
-Debéis saber, ilustre caballero -dijo entonces la Trifaldi-, que en el reino de Candaya vive el malvado gigante Malambruno, que nos ha amargado la vida con sus artes mágicas.
-Y ¿qué es lo que os ha hecho? -preguntó la duquesa.
-Ahora mismo lo veréis -contestó la Trifaldi.
Y entonces la condesa y sus doce dueñas se quitaron de golpe los velos y dejaron al descubierto sus caras. Y todos los que estaban presentes quedaron pasmados al ver que las trece mujeres tenían el rostro cubierto con unas espesísimas barbas.
¡Menuda pelambrera! -dijo Sancho-. ¡Mejor hubiera sido que el tal Malcanuto les hubiera cortado las narices, aunque tuvieran que hablar gangoso toda la vida.
-Bien decís -exclamó la Trifaldi echándose a llorar-. Porque, ¿adónde va una mujer con este bosque de barbas? Malambruno dice que solo nos dejará la cara lisa cuando combata frente a frente con el valiente don Quijote de la Mancha...