SANCHO HABLA CON LA DUQUESA
-¡Maldito seas, Sancho! -le riñó don Quijote-. ¿Cuándo llegará el día en que hables sin refranes? -Dejadlo -dijo la duquesa, que se moría de la risa-, porque a mí los refranes de vuestro escudero me gustan mucho. Decidme, Sancho, ¿vendréis esta tarde a charlar conmigo en una sala muy fresca que tenemos aquí en el palacio?
-En estos días de verano -respondió el escudero- tengo yo la costumbre de echar cuatro o cinco horas de siesta, pero hoy no pegaré ojo con tal de acompañaros.
La duquesa presintió que la charla sería entretenida, y no se equivocó, porque aquella tarde Sancho se mostró como el escudero más charlatán y divertido del mundo. No solo contó con pelos y señales todas las aventuras que había vivido con su señor, sino que llegó a confesar que él había sido el verdadero encantador de doña Dulcinea.
-Como don Quijote está loco de remate -dijo-, le hago creer lo que no tiene pies ni cabeza.
-Y si sabéis que está loco, ¿por qué le acompañáis?
-Porque somos vecinos de toda la vida y él es un hombre generoso y agradecido, y yo lo quiero de todo corazón.
Tras más de tres horas de darle a la lengua, Sancho se marchó a su cuarto y entonces la duquesa corrió en busca de su marido para contarle todo lo que había explicado el escudero:
-Dice que don Quijote ha visitado la cueva de Montesinos y que allí abajo ha visto a muchos caballeros encantados por el mago Merlín y a la mismísima Dulcinea convertida en aldeana. -Entonces -dijo el duque- le prepararemos a don Quijote una burla en la que aparezcan Dulcinea y el mago Merlín.