SE VUELCA LA BARCA EN EL EBRO
En eso, descubrieron unas grandes aceñas (molinos de agua) en mitad del río y apenas las vio don Quijote, dijo:
-Mira, Sancho, ese es el castillo que buscamos.
La barca entró entonces en una rápida corriente y se acercó a toda prisa a las ruedas del molino, contra las que sin duda iba a hacerse pedazos. Viendo el peligro, los molineros salieron con unas varas largas para detener la barca, y, como tenían la cara y la ropa llenas de harina, don Quijote creyó que eran fantasmas, así que se puso en pie, sacó la espada y empezó a gritar: -¡Liberad al caballero o tendréis que batallar conmigo!
Sancho estaba tan espantado que se arrodilló para rezar un padrenuestro. Y, aunque los molineros lograron detener la barca, no pudieron evitar que volcase, así que los dos aventureros acabaron en el agua. Don Quijote nadaba como un ganso, pero el peso de la armadura lo arrastró hacia el fondo dos veces, así que, de no ser porque los molineros saltaron al agua para sacarlos, amo y criado habrían muerto allí mismo. Y lo peor fue que, cuando ya salían a tierra firme, aparecieron los dueños de la barca y, al verla destrozada, le exigieron a don Quijote que se la pagase.
-Lo haré con gusto -respondió el hidalgo-, a condición de que liberéis al caballero que está cautivo en el castillo.
-Pero ¿qué castillo decís, hombre sin juicio? -replicó uno de los molineros.
-¡Basta! -estalló don Quijote-. ¡Todo esto es un engaño de los encantadores que me persiguen! ¡Que me perdone el caballero cautivo, pero no puedo más!
Así que pagaron la barca, volvieron en busca de sus bestias y siguieron su viaje más tristes que nunca.