UNA PELEA EN LA VENTA
En esto, el capitán levantó la vista y se encontró frente a frente con un hombre idéntico al que acababa de describir, así que comenzó a gritarle a su cuadrilla:
-¡Prended a ese hombre, porque es el criminal que andamos buscando!
Y, para que no se le escapase, saltó sobre él y lo agarró por el cuello. Don Quijote, que no toleraba maltratos de nadie, comenzó a crujir de pura rabia y le respondió al cuadrillero con sus mismas armas: echándole las manos a la garganta y apretando con todas sus fuerzas. Cuando la cara del capitán empezaba a amoratarse, los cuadrilleros saltaron sobre don Quijote, a quien don Fernando defendió con su espada. El cura comenzó a pedir paz a voces, Maritornes se puso a llorar, la ventera chillaba como una descosida, su marido maldecía mil veces al maldito don Quijote y el barbero de la bacía decidió aprovechar el alboroto para saltar de nuevo sobre Sancho y recuperar su albarda, pero antes de que llegase a rozarla, recibió más de treinta patadas en el estómago y otros tantos mojicones en la cara. De manera que en la cuadra todo eran llantos y palos, puñetazos y cuchilladas, gritos y coscorrones, sangre y más sangre. Y en medio de aquel caos, tan solo don Quijote supo poner orden, gritando con voz de trueno:
-¡Deténganse todos y escúchenme! ¿No ven que este castillo está encantado y que es una necedad pelearse por cosas de tan poca importancia?