EL BARBERO ENCUENTRA LA ALBARDA

Aquella noche, todos se fueron a dormir muy temprano, a excepción de don Quijote, que decidió permanecer despierto para hacer guardia, no fuese que algún amigo de Pandafilando se acercara al castillo con ganas de venganza. Sancho, en cambio, durmió de un tirón según su costumbre, y lo primero que hizo a la mañana siguiente fue visitar la cuadra para ver a su asno, al que quería como si lo hubiese parido. Y estaba acariciándole el hocico y diciéndole cosas bonitas cuando sintió de repente que alguien se le venía encima y empezaba a aporrearle la cabeza con mucha rabia.   -¡Por fin te encuentro, maldito ladrón! -decía el aporreador-.

 ¡Devuélveme mi albarda ahora mismo!   

Y es que aquel desconocido era el barbero al que don Quijote y Sancho le habían arrebatado la bacía y la albarda aquel día en que lloviznaba sobre los campos. El buen hombre acababa de llegar a la venta y había reconocido su albarda nada más verla, pero Sancho no le permitió que se la llevase, sino que la defendió con tales puñetazos que le dejó al barbero los dientes bañados en sangre.   

-¡Señor don Quijote, señor don Quijote -gritaba Sancho sin dejar de soltar mojicones (puñetazos) a diestro y siniestro-, venga a ayudarme, que me matan!

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