LA MICOMICONA SE LLAMABA DOROTEA
Cuando Dorotea recobró el sentido, y oyó que don Fernando quería casarse con ella, comenzó a llorar de alegría con tanto sentimiento que no hubo nadie en la venta que no derramase algunas lágrimas con ella. Lloró Maritornes, lloraron el barbero y el cura, lloró el ventero y lloró su mujer, y hasta el mismísimo Sancho acabó bañado en llanto, aunque era el único que no lloraba de felicidad, sino por la amargura de haber descubierto que la tal Micomicona no era una princesa, sino una simple dama que se llamaba Dorotea. Y, para que don Quijote lo supiese y no siguiera haciéndose ilusiones, fue a buscarlo a su aposento y le dijo con mucha tristeza:
-Duerma lo que quiera, señor Triste Figura, y olvídese de Pandafilando, porque ya todo ha terminado.
-Así es, Sancho -respondió don Quijote-, porque le he cortado la cabeza a ese gigante en la más fiera batalla que se ha visto nunca.
-¡Ay, señor, no se engañe, que el gigante muerto es un cuero de vino y su cabeza es falsa! -¿Qué dices, loco?
-Digo que, si vuestra merced se levanta, verá a la tal Micomicona convertida en una dama que se llama Dorotea.
-Ya te he dicho mil veces, amigo Sancho, que este castillo está encantado, por lo que no debes creer nada de lo que veas ni oigas entre estos muros. Pero con todo, ayúdame a vestirme, que quiero ver esa transformación que dices.