EL CURA LE PEGA LAS BARBAS AL BARBERO

¡Si serán malvados los encantadores que me persiguen -exclamó- que le han quitado a este hombre las barbas como quien no quiere la cosa, tan sólo para advertirme de que no vaya al reino de Micomicón! Pero esos avisos no van a asustarme, porque, cuando los caballeros como yo tenemos un deber que cumplir, no hay encantador en el mundo que pueda ponernos miedo.   

Mientras don Quijote pensaba en voz alta, el cura se acercó al barbero y volvió a pegarle las barbas con mucho disimulo, después de lo cual dijo unas palabras mágicas que, según él, servían para devolverle las barbas al que las había perdido.   

-Entonces tendréis que enseñarme ese conjuro -dijo don Quijote, muy admirado-, porque, si vale para pegar barbas, también servirá para cerrar las heridas que los caballeros recibimos en nuestras batallas.   

En eso llegaron junto a la fuente, donde se detuvieron a almorzar y, cuando volvieron al camino, don Quijote se apartó del resto junto a Sancho y le preguntó qué había dicho Dulcinea al recibir la carta.    -A decir verdad -respondió el escudero-, no llegué a entregarle vuestra carta...   

-Ya lo sé, Sancho, porque el librillo me lo quedé yo sin darme cuenta. Pero seguro que se la dictaste de memoria a algún maestro.

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