LA MUCHACHA SE LLAMABA DOROTEA
La muchacha no le hizo caso, pero su carrera terminó muy pronto, porque, como sus pies eran tan delicados, no pudo sufrir la aspereza de las piedras, y acabó cayendo al suelo. Y allí se quedó, pensativa, sin decir nada y con gesto muy triste. El cura y el barbero se le acercaron, y trataron de animarla lo mejor que supieron, pero la muchacha siguió muda por un buen rato como si hubiese perdido la lengua hasta que los dos hombres se ganaron por fin su confianza y ella aceptó contarles su historia.
-Me llamo Dorotea -dijo- y voy buscando a un hombre al que quiero más que a mi propia vida. Su nombre es don Fernando, y es un joven de alto linaje. Yo le entregué mi cuerpo y mi alma porque me dio palabra de matrimonio, pero hace algunas semanas se marchó de su casa sin despedirse de mí y ya no he vuelto a saber nada de él. Así que voy buscándolo por los caminos para hablarle, porque mi corazón no descansará hasta que sepa las razones por las que don Fernando me ha desdeñado. Y el motivo por el que voy vestida de hombre es para evitar los peligros que corremos las mujeres cuando viajamos solas.
-Pero, díganme, ¿y vuestras mercedes qué hacen en la sierra? -preguntó la muchacha.
Y así fue como supo de la locura de don Quijote y de la artimaña con que el cura y el barbero querían devolverlo a su casa.
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