EL CURA Y EL BARBERO SE DISFRAZAN

-¡Ya me acuerdo! La carta de Dulcinea decía: "Alta y sombreada señora, estoy muy mal del corazón y no puedo dormir porque me paso  toda la noche besuqueándoos los pies".    El cura tuvo que esforzarse mucho para no reírse.   

-¡Qué buena memoria! -dijo- Enseguida buscaré papel y copiaré esas delicadas palabras. Pero ahora entrad con nosotros a la venta,  que ya es hora de comer.    

-Mejor sáquenme algo caliente -dijo Sancho-, porque prefiero no entrar.   

El cura y el barbero no entendieron qué podía tener Sancho contra  aquella venta, pero no quisieron preguntar más, sino que le sacaron  un plato caliente y luego se entraron a comer. Durante el almuerzo, el  cura estuvo pensando de qué modo podían devolver a don Quijote a la  aldea, y al final le dijo al barbero:   

-Lo mejor que podemos hacer es que yo me haga pasar por una  princesa menesterosa y vos por mi escudero, y que le pidamos a don  Quijote que nos acompañe a nuestro reino para matar a un gigante que  no nos deja vivir.  

Como al barbero le pareció buena idea, le pidieron a la ventera unas prendas con las que disfrazarse. El cura se puso un manto y una falda,  y maese Nicolás se tapó media cara con una cola de buey que hacía las  veces de barba. Pero, al salir de la venta, el cura pensó que no era  decente que un hombre de iglesia fuese por los caminos vestido de mujer,  así que le dijo al barbero:   

-Dadme esas barbas, que yo haré de escudero y vos de doncella.

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