DON QUIJOTE COMBATE CON MOLINOS DE VIENTO

-Bien se ve, amigo Sancho, que no sabes nada de aventuras, porque salta a la vista que son gigantes. Pero, si tienes miedo, apártate y ponte a rezar, que yo voy a entrar en batalla.   

-¡Que no, señor, que son molinos! -comenzó a gritar Sancho, pero don Quijote ya no podía oírle, porque corría a todo galope contra los gigantes de su imaginación.   

Justo entonces el viento empezó a mover las grandes aspas de los molinos, y don Quijote dijo:    -¡Menead los brazos todo lo que queráis, que no os tengo miedo! -y luego añadió mirando a los cielos-: ¡Oh señora de mi alma, fermosísima Dulcinea, ayudadme en este combate!   

Llegó don Quijote al primer molino y le clavó la lanza, pero, como el viento soplaba con tanta fuerza, las aspas siguieron girando, con lo que la lanza se partió por la mitad y don Quijote y su caballo echaron a rodar por el suelo.   

-¡No le decía yo que eran molinos! -dijo Sancho, que llegaba corriendo a socorrer a su amo.   

-Calla, amigo mío, que lo que ha pasado es que el mismo hechicero que me robó los libros ha convertido estos gigantes en molinos para verme vencido y deshonrado.   

El pobre caballero apenas podía ponerse en pie, pero Sancho le ayudó a subir a lomos de Rocinante, que también tenía más de un  hueso desencajado. Cuando volvieron al camino, don Quijote iba tan ladeado sobre su caballo que parecía que fuera a caerse de un momento a otro.

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