
     
    
  
  Hace muchos años, cuando tus
  abuelos eran pequeños, los niños jugaban con soldaditos de plomo.
  Un día le regalaron una caja de ellos a un niño
  muy travieso que, al abrirla, encontró uno con una
  sola pierna.
  
  
  No tardó ni un minuto en apartarle de sus
  juguetes preferidos. Fue al zaguán, lo tiró a un
  rincón y se fue a dormir.
  
  
  Soñó que el soldadito oía una risa burleta que
  provenía de una caja entreabierta y, por ser tan
  valiente, fue a ver qué era. La destapó y... un enorme monigote le
  hizo perder el equilibrio, por loque cayó a la calle, lejos de su amada, la
  bailarina.
  
  
  Tuvo suerte porque fue a parar a un barco de papel que navegaba hacia el mar,
  pasando por aguas peligrosas.
  
  
  Tuvo que enfrentarse con ratas y enormes peces,
  hasta que uno de ellos lo devoró.
  
  
  Pronto salió de la tripa del pez, ya que, por casualidad, la criada fue a
  comprar pescado y, al ir a limpiarlo, salió el soldado.
  
  
  Estaba a punto de echarlo al fuego cuando la bailarina enamorada empezó a
  pedir auxilio y a llorar tan fuerte que el niño se despertó.
  
  
  -¡Qué pesadilla! -exclamó-, restregándose los ojos. Corrió hacia el zaguán
  y encontró sus viejos juguetes
  como si nada.
  
  
  Pero al cerrar la puerta, algo ocurrió: el soldadito y la bailarina estaban
  juntos y eran felices.
  
  
  Cuento clásico.
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Formación: La tortuga y la liebre
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