Caperucita Roja |
-¡Caperucita! -le dice mamá- tu abuela está enferma; esta cesta de comida le tendrías que llevar; cuidado, hija, el bosque es peligroso y te debes apresurar.
Como todavía es muy niña y le encantan las flores y los animalitos, un ramito preparó hasta que atardeció.
El lobo, que era muy pillo, se interesa por la niña y, haciendo cara de bueno, le pregunta a dónde va.
-Voy a ver a mi abuelita que está enfermita en la cama.
-Hazme caso, bonita, sigue por esta vereda que es como hacer una carrera.
El lobo, que conoce el bosque, le indica el camino largo, para llegar él primero por el sendero más corto. Si le miráis a los ojos, le veréis malo y tramposo.
Aquella bestia corre y no espera y llama donde la abuela.
-¿Quién es?, ¿quién anda ahí afuera?
-Soy yo, Caperucita.
-Entra, entra, hijita.
El fiero animal duda un momento, sólo lleva un pensamiento: comerse a la abuela primero y esperar a la niña en la cama disfrazado de viejecita.
Y llega Caperucita, más alegre que unas pascuas, al portal de su abuelita.
-Entra, hijita, la puerta está abierta.
La pobre se acerca a la cama, donde ve a la abuela muy rara.
-¡Vaya ojos y qué orejas!, ¡y estos dientes y tus cejas!
-Basta, voy a comerte también.
-No es normal que tarde tanto -cuenta su madre asustada a un leñador mientras tanto-.
Corren y pronto ven al lobo durmiendo con su pesada barriga.
Echan mano de su hacha y con delicado cuidado abren al lobo la panza, salvando a la nieta y a la abuela.
Cuento clásico
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