
El emperador chino Shen Mung esperaba aquel día una importante visita, y
todos los sirvientes de palacio se hallaban muy atareados, preparando las
habitaciones de los huéspedes.
En un pequeño aposento que había en el jardín, el emperador parecía
muy preocupado y daba órdenes y más órdenes. Quería que sus invitados
recibiesen una buena impresión y se marcharan contentos.
Muy cerca de la puerta de entrada al pabellón, crecían flores de loto y
un arbusto de “tsha” o “té”. Uno de los criados, por indicación del
emperador, dejó junto a la puerta un recipiente con agua hirviendo. Un suave
vientecillo comenzó a soplar y algunas hojas del arbusto de té fueron a caer
dentro del agua, tomando ésta un color tostado.
Shen Mung sintió que el aroma refrescante que flotaba le aliviaba el
cansancio que padecía. Se sentó en el suelo, y sacó con un cazo un poco para
beber unos sorbos. ¡Sorpresa! La infusión tenía un sabor delicioso, y el
emperador se encontraba restablecido. Cogió después más hojas y preparó unas
tazas para obsequiar a sus visitantes.
La velada transcurrió entre risas y comentarios. La sabrosa bebida se
entendió por todo el mundo, y hoy la preparan en todos los rincones de la
Tierra.
Mª
Jesús Ortega
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