Un pueblo pintoresco |
UN PUEBLO PINTORESCO
El asombro se crece y se encarama sobre los riscos a treinta y ocho kilómetros de Teruel. Desde Zaragoza hay que tomar el desvío a la derecha poco antes de llegar a la capital turolense.
La vega del Guadalaviar depara no pocas perspectivas gratas: detrás de cada curva espera un nuevo paisaje, donde el verde trata de elevarse para competir con las cumbres. Después, Albarracín, escalando alturas que parecen inaccesibles.
La pintoresca panorámica queda después empequeñecida por el pintoresquismo interior, el de las calles y plazas, el de los arcos y soportales. Rejas y balconadas salen al paso para rememorar misteriosas leyendas del ayer.
Siempre me llamó la atención Albarracín por lo cuidado que está. Es un conjunto histórico y artístico perfecto, donde se miman los detalles, ya sean relativos al alumbrado eléctrico, ya se refieran al empedrado de las calles a tono con los edificios. Y, a pesar de todo, es algo vivo, latente, lejos de lo que pueda considerarse pueblo museo, a manera de panteón. En Albarracín todo habla y se llena de sugerencias. En todo caso, habrá que admitirlo como museo viviente.
Las calles estrechas y recoletas pregonan su marcada ascendencia árabe; en cada rincón estalla el verde, en macetas y plantas que se llenan de flores para la primavera.
Los hombres esperan en silencio hasta que abril doble la última esquina. Y la puerta de la Maya se llena de enramadas de flores, y las flores se asoman también a la ventana o balcón de la amada, y los Mayos llenan la noche con la cadencia de los siglos:
Ya estamos a treinta
del abril cumplido:
alegráos damas
que mayo ha venido.
La fiesta empieza con el primer alborear de mayo, cuando quedan atrás las últimas doce campanadas de abril cumplido:
Ya llegó la noche:
sea enhorabuena
de cantarle el Mayo
regalada prenda.
La música y la letra llevan el brío de lo popular y la ternura de las canciones de amor, cuando la ronda se llena de requiebros. La serranía se anega de resonancias y los corazones se encienden de luz. Cada bella tiene su Mayo, y la letrilla de la canción, dulce e ingenua, es poesía en todo momento, hasta en la despedida:
Con ésta y no más
dejamos tu puerta;
quédate en la cama
de flores cubierta.
Aseguran que la tradición es antigua.
Los Mayos –me dicen- se cantan desde tiempo inmemorial.
No faltan aquéllos que buscan el origen en la fiesta Mayumea griega. Quién sabe. El caso es que Albarracín recibe al mayo de flores cubierto, hecho canción en los labios y emoción en el pecho.
La ciudad se llena de visitantes que acuden a escuchar los Mayos. Pero los Mayos no hay que escucharlos como una concesión turística, sino como una expresión popular que surge libre y espontáneamente.
Perduran la tradición y costumbrismo, como algo propio de la historia viva. Santa María de Oriente mira a Aragón y a Castilla. Desde la puerta de Molina abre sus ojos de atalaya a las tierras castellanas. Es posible que tradiciones y costumbres traigan resonancias de ambas regiones.
Alfonso Zapater
Esta tierra nuestra I, Adaptación
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