15. Las moreras de la calle |
Cada año, todos los niños de la calle de Dort sacaban la moda de jugar a gusanos de seda. Los compraban, los revendían y se los cambiaban entre ellos. Se pasaban horas, mirando sus lentas evoluciones entre las hojas de morera que les echaban para comer en la caja de cartón donde los guardaban.
Varios meses antes, se habían sembrado moreras en las aceras de la avenida donde vivía Dort. No las había en ninguna otra parte de la ciudad. Eran una delicia en verano, cuando el sol dejaba caer su calor sobre las calles. Para los caminantes era un alivio pasear bajo el túnel de sus refrescantes sombras.
Así fue, hasta que los amigos de Dort y casi todos los chicos del barrio empezaron a trepar todos los días a ellas, para arrancarles las hojas y llevarlas a sus gusanos.
Dort, encaramado en una de ellas, le pareció escuchar un día:
- ¿No te importa la belleza de las plantas vivas junto al asfalto inerte?
Dort no supo quién le hablaba ni entendió bien lo que le decían, pero contestó:
- Sí que me importa.
- Antes de terminar la primavera, ya nos dejáis desnudas -se quejó la voz.
Cayó entonces Dort en la cuenta de que era una rama de la morera la que le estaba hablando. Era una rama tierna, con toda la fuerza de su savia empujando en vano para que le salieran nuevas hojas. Como ella, todas estaban peladas.
- Es para los gusanos de seda -se disculpó.
- Con el juego de los gusanos, nos adelantáis la tristeza del otoño -le hizo ver la rama.
Dort se fijó y todas las moreras de la avenida le parecieron esqueletos verdes. Sintió rabia y vergüenza de si mismo, al ver los árboles, de pie, despojados de su frondosidad, por capricho. Arrepentido exclamó:
- ¡Qué pena! Y todo para que, al final, también los gusanos, encerrados en su capullo, acaben en el contenedor de la basura.
- Queremos, pero no nos dejáis ser lo que somos -terminó quejumbrosa la rama de aquella morera.
Dort se bajó del árbol con una idea en la cabeza. Fue a casa, cogió la caja de los gusanos y los dejó uno a uno en el tronco de la morera.
- ¿No os dañarán? -preguntó al dejarlos.
- Los gusanos son parte de nuestro ser -le contestó la rama.
Habló Dort luego a sus amigos; adoptaron una morera cada uno, y soltaron en ella sus gusanos. No muchos días después, la avenida volvió a cubrirse de refrescantes sombras.
Samuel Valero
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