7. Estrella de los mares |
¡Ah, los algarrobos! Antes de que el colegio El Vedat se inundara de algazara infantil, ya vivían en él, arrugados los los años, taladrados de oquedades.
Como abuelos renacidos ahora por la bulla juvenil, ¡aún están aquí!, para alegrar, con sus alargadas castañuelas, y para cobijar, bajo sus frondosas ramas verdes, los esfuerzos, los juegos, las risas y los empeños de estos jilgueros que se abren a la vida.
¡Siguen aquí!, para que, en las hendiduras de sus troncos, aniden sus juveniles sueños. Y también..., también, para que, bajo su sombra, ¡florezca una Virgen! Una Virgen María, en cuyo regazo de piedra blanca, su Niño, de pie, extendiera sus brazos en cruz.
Los jilgueros pensaban que el Niño abría de par en par sus brazos para depositar su seguridad en ellos. Pero no...
Solo la Virgen conocía los deseos secretos de su Hijo. No tenía a quien confiarlos, y día y noche los musitaba al frondoso algarrobo protector.
-Mi Niño abre los brazos para medir la anchura de la mar -le decía.
El acogedor algarrobo callaba, pensaba, y, sobre todo, temía que el Niño, a impulsos de sus sueños, se le fuera a navegar muy lejos.
La Virgen insistía:
--Mi Hijo tiende los brazos así, para abarcar la mar entera, y quiero dársela.
Por fin, el entrañable algarrobo viejo, miró su tronco rugoso, le temblaron las rodillas con los meniscos ya rotos, y se ofreció a la Virgen.
_Si algo de madera útil me queda, tómala y seré bajel (barco) para que tu Hijo surque los mares.
Y, de repente, la Virgen apareció en el retablo del oratorio del colegio. Sus formas de piedra rígida se tornaron suaves, como de carne de madre viva; y se le onduló el manto con los tonos azules de un mar estampado en oro. Recogió con ternura los brazos abiertos de su Niño y depositó en ellos el navío que el generoso algarrobo le ofreció.
Feliz el Niño, se volvió a la Virgen, y se quedó para siempre con la mirada prendida en Ella, aguantando su bajel. Pero antes, miró al algarrobo, le sonrió, y le pidió un título nobiliario para su Madre.
El algarrobo, con toda su madera, aún pudo poner, a ambos lados del barco del Niño, dos mangas de mar y, flotando sobre las olas, escribió con mimo, lo que el Niño le pidió: !Ave María, ¡Estrella de los mares!, Ave María". Y encargó que dos angelotes, haciendo piruetas, fueran a los vigías que mantuvieran encendidos dos faros como lámparas.
Desde entonces, los jilgueros que se cobijan en los algarrobos de El Vedat, empezaron a bogar en la nave del Niño, sin dejar de mirar a la Estrella: la Virgen del Buen Navegar.
Samuel Valero
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