1. Cuento de fallas |
San José era carpintero. Su taller se llenaba de serrín y virutas. El Niño Jesús jugaba con los tirabuzones de madera que salían de la garlopa y caían al suelo; recogía los tacos cuadrados de madera y hacía figuras y hacía figuras como si se tratara de un mecano. Los otros niños acudían a jugar con él.
Con José, trabajaba también un joven aprendiz. Su padre lo había puesto al lado de tan buen maestro, para que aprendiera el oficio.
Un día, José indicó al Niño Jesús que habría que deshacerse de los desperdicios y dejar limpio el taller. El Niño, en la puerta del taller por fuera, formó con los tacos de madera una muralla con torreones y un castillo. Fue sacando luego el serrín y las virutas y amontonó todo dentro del castillo. Cuando acudieron los otros niños, le prendió fuego. José se asomó a la puerta y, de felicidad, se le caía la baba al ver aquella fogata tan bella que Jesús había hecho.
El joven aprendiz acabó de perfeccionar el oficio y se casó. Pero en Nazaret no había faena para dos carpinteros. José le pasaba algunos encargos, y le habló también de un misterioso designio, según el cual Jesús tenía que ser el artesano de Nazaret.
El aprendiz decidió trasladarse con su esposa a otra ciudad en busca de trabajo. Pero lo pensó mejor y, con cartas de recomendación que le firmó el propio José, se fue a Cesarea con intención de embarcarse en una nave romana. En cada puerto que hacía escala, presentaba sus cartas a la comunidad judía, y les pedía información sobre posibilidades de trabajo. Así, después de varios meses de navegación, llegó a las costas de Hispania.
En el camino, le había nacido el primer hijo. Como en todos los otros puertos, también desembarcó en Valencia con su familia. Aunque los de su raza no le aseguraron trabajo, al ver la bonanza del clima y la alegría de sus gentes, decidió instalarse aquí. Había tenido un buen maestro y pronto su taller se llenó de clientes.
Pasados muchos años, ya anciano, conoció y se convirtió a la nueva religión que, procedente de de su tierra de Israel, era una llamada al amor y al servicio. No le sorprendió que su fundador fuera aquel Niño de su maestro José. Tenía que ser él. Tal como era su madre; cómo era José, cómo era el Niño, no dudó en reconocer en Él al Mesías prometido.
Y, recordando la alegría de José al ver aquella hoguera que hizo Jesús siendo aún Niño, el viejo aprendiz, un día de primavera, también quemó, en homenaje a su maestro, los desperdicios del taller, delante de la puerta de su casa. Dicen que ésta fue la primera Falla de Valencia.
Samuel Valero
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