La amabilidad

La amabilidad    La amabilidad es una virtud íntimamente ligada a la convivencia. Tiene mucho de urbanidad, pero también de cariño. La amabilidad es la delicadeza en el trato mutuo. Es la apertura del corazón al bien del otro. Es una virtud que facilita de tal modo las relaciones interpersonales, que cuando ella está presente todo se hace fácil, grato.     La amabilidad es fruto de una buena educación, que consigue con el tiempo moldear el carácter haciéndole sin aristas, capaz de conciliar lo que se le presenta como hostil. Hay que apostar por esta virtud, que no es propia de los débiles.     Quizá esta virtud ha sido injustamente adjudicada con exclusividad a la mujer, considerándola una virtud blanda, incompatible con la entereza de ánimo y el actuar decidido. Las mujeres se podían permitir esa dulzura en el trato, pero eran plenamente injustificadas para el hombre, a él se le perdona con facilidad cierto tono intransigente. Hoy las virtudes blandas se están haciendo presentes en el hombre, y la amabilidad se va extendiendo indistintamente entre los hombres y mujeres.     No es fácil ser siempre amable. La amabilidad exige un autocontrol que no es fruto precisamente de una actitud débil, sino por el contrario de una decisión firme de no querer dejarse dominar por los fluctuantes estados de ánimo. Hay personas en que ese ámbito de amabilidad se circunscribe a las personas extrañas, manteniendo con los suyos un comportamiento que, lejos de situarse en esta amable cortesía, muchas veces raya en la mala educación.     Se tiene un concepto restrictivo de la amabilidad, como si fuera una carta de presentación ante los desconocidos, y no como una norma generalizada, y en primer lugar con los más cercanos.     El carácter de una persona es moldeable, con el carácter no se nace, se adquiere y siempre es posible -más difícil con el correr de los años- cambiarlo, sujetarse voluntariamente a una reeducación. No hay tarea que sea para el hombre más rentable que la de pulir sus aristas, aunque esto suponga esfuerzo y a corto plazo, a veces, no se experimente una gratificación inmediata. Pero a pesar de todo sigue valiendo la pena.     Las tormentas, cuando irrumpen con más frecuencia de la debida en nuestra convivencia, terminan por romperla, porque no es posible sin paz convivir, y la amabilidad facilita que el clima de convivencia no transcurra por caminos no deseados.    Tomado de www.edufam.com

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